[Artículo] Navarro Ledesma, de Benito Pérez Galdós
*Artículo aparecido en el diario El Imparcial el 4 de junio de 1906. Se ha actualizado la ortografía.
NAVARRO LEDESMA
por
D. BENITO PÉREZ GALDÓS
Venimos a la conmemoración de Navarro Ledesma con el propósito de añadir a las honras académicas la ofrenda de nuestros corazones; queremos transmitir, así a las lejanías de ultratumba como a las esferas próximas y a toda la generación viva, los testimonios del cariño que profesábamos al grande ingenio, al hombre bueno y afable, cuya amistad fue una de las pocas flores que han embellecido y alegrado nuestra existencia. Aquí, donde la labor literaria es penosa, casi penal, y la pluma como un remo de galeras; donde los caminos son ásperos, difíciles, el fin de ellos nunca dispuesto para el reposo, la tarea inmensa, el provecho corto, insegura al aura del favor, apremiante y severo el exigir, voluble y frío el recompensar, no viviríamos si en esta carrera no nos alentase el afecto del amigo que a nuestro lado camina jadeante, y no compartiéramos con él, y él con nosotros, las breves alegrías y sinsabores largos que forman la trama vital en este oficio duro. Consagremos, pues, nuestros homenajes más fervientes al compañero y amigo, que pronto fue maestro; al modelador infatigable de formas literarias y forjador de armas para la crítica; al que en la lucha desplegó la más grande abnegación y constancia de que hay memoria, pues no cejó un solo instante ni conoció el descanso hasta que con súbita fatalidad se lo dio la muerte.
Mantengamos siempre viva la memoria de aquel atleta, ejemplo de increíble tenacidad en la labor del entendimiento. Trabajaba Navarro como si sobre él pesara una dura penitencia o castigo impuestos por deidad inexorable. Era un español de la rama más linajuda y vigorosa, la rama ascética, que vive, alienta y muere dentro de la obligación que le imponen sus fines altruistas y espirituales, con doloroso sacrificio del ser propio. Y en su castizo españolismo se marcaba también claramente la progenie castellana, latina y humanista, que hace a los hombres estudiosos y alegres, ambiciosos de saber y gustosos de la hermosura clásica, así como del vivir ameno y dulce en el seno amoroso del bienestar y de la abundancia. Tal era el ser complejo de Navarro Ledesma: ascético para el trabajo, inflexible en los deberes, horaciano en el concepto de la vida modestamente cómoda y regalada sin exceso, en grata compañía de buenos y probados amigos. Su trato cariñoso, y su saber cada día mayor y más ameno, adquirido tanto en los libros como en el mundo, eran un bien demasiado hermoso ¡ay! para que durara.
Hombre de fecundísimo ingenio y cultura extensa, y además dotado de activa voluntad, había de tener pacto con el tiempo para que éste no le faltara en tantos y tan apremiantes quehaceres. Así, cuando acudió a merecer la cátedra del Instituto en ruda contienda, le vimos acopiar en meses toda la erudición crítica de las letras españolas desde los siglos remotos hasta nuestros días; y posteriormente, cuando ideó y emprendió su magno libro del Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes, nos asombró la presteza con que el historiador, poeta y erudito, pudo apropiarse los materiales para el insigne monumento y aderezarlos con tan soberano arte y tanta destreza y gracia. Y el que en esta empresa colosal ponía su espíritu, aún reservaba una parte de él para desparramarla con increíble fecundidad en el sin fin de trabajos sueltos destinados á engalanar la prensa pequeña y la grande: juicios grates de sucesos públicos, apuntes críticos, comentarios chanceros de picante humorismo, flores diversas, ricas de color y frescura, con algún ramo de aliaga ó de ortigas.
Si maravillosa sería esta continuada emisión de ideas en una naturaleza que uniese al vigor mental el vigor físico, mayor admiración nos causa en el hombre que pasó sus años floridos agobiado por crueles dolencias. Los que le vimos en trances morbosos muy graves, acechado por la muerte, pudimos apreciar el gallardo tesón con que el enfermo se desprendía de los brazos del dolor para lanzarse con brío a los afanes de la vida mental. Y verdaderamente inaudito fue que, afligido el cuerpo de Navarro de complejos achaques, se mantuviera siempre su entendimiento equilibrado y fresco, y que sus ideas no revelaran pesimismo ni melancólica negrura, sino más bien vitalidad, esperanza y alegría. El hombre doliente se ocultaba bajo la exuberante lozanía de un ingenio siempre sereno, gracioso y fecundo. Nunca se vio un espíritu tan sano en cuerpo tan enfermo.
Por esta fortaleza de su grande espíritu pudo Navarro, en pocos años, recorrer toda la escala que de las tentativas juveniles conduce al magisterio literario y á los altos sitiales de le gloria. Glorioso fué el último año de su desgraciada vida, en el cual le vimos rehecho de sus quebrantos de salud, y al parecer bueno, y con alientos y cuerda para muchos años. Creyérase que la Naturaleza, al sentenciarle a muerte, quiso también que en breve tiempo y espacio diera el hermoso árbol sus flores más bellas y su fruto más sabroso. En el año que había de finalizar aquella preciosa existencia, llegaron las cualidades mentales de nuestro amigo a su máximo desarrollo y esplendor, su saber a la mayor riqueza de conocimientos, adquiridos en libros rancios y libros nuevos, en los viajes y en la sagas observación de la vida. Enfocados aquellos días desde los presentes, creemos ver en el ocaso glorioso de Navarro Ledesma el sutil humorismo y la dulce tolerancia de los hombres que han vivido mucho y allegado todo el caudal que dan las lecturas y la experiencia, y se aproximan con serena majestad al último día de su existencia mortal. Hallábase en la plenitud de su talento; dominaba el campo inmenso de la Humanidad, y había llegado a poseer el reposo filosófico de los grandes viejos que esparcen toda su luz mental al derivar hacia la tumba. Sus treinta y cinco años decoraron su cabeza con nobles canas, y pusieron tempranamente en su rostro la sonrisa patriarcal.
II
No obstante, si por estar tan juntos el prodigioso libro de Cervantes y la muerte de su autor, vemos en la figura de éste la integral fructificación de un ingenio, hemos de reconocer que no nos dejó Navarro toda la substancia de su ser como poeta y erudito. A la otra vida se llevó hermosos planes, producto de juvenil ambición no satisfecha sirio en muy pequeña parte. La muerte nos ha privado de una resurrección de Lope, no menos bella que la de Cervantes, pues, a juicio de Navarro, el creador del Teatro español nos dio en su vida el más intenso y humano de los dramas. Hemos perdido además un Hernán Cortés, héroe de la talla de los Césares y Alejandros por la diversidad de sus geniales aptitudes, y un Fernán González, figura que, como la del Cid, vemos con medio cuerpo en la leyenda y medio en la historia. Era ésta la primera jornada de sus nuevas empresas, y Navarro no tardó en acometerla, planeando aquel viaje a Burgos y su tierra el verano anterior, en los días del eclipse. Amigos cariñosos que le acompañaron han descrito con singular encanto la excursión a Covarrubias. Son páginas luminosas y tristes como la pintura de un ocaso brillante. Ansiaba Navarro examinar y conocer la tierra madre castellana, pues su viaje a Reinosa en el verano de 1901 apenas le dio una visión rápida de aquel país. El hijo de Toledo, hecho a la contemplación de la nueva Castilla y A sus monumentos y paisajes, deseaba completar su estudio de la vida española con la visita detenida de la Castilla atávica y austera. Es la Castilla del Tajo un poco más risueña que la del Duero, y en sus ciudades nos recrean la vista los graciosos monumentos mudéjares y la opulencia plástica de los platerescos. Todo esto lo tenía Navarro bien grabado en su alma; mas ésta quería embelesarse en la contemplación de los admirables vestigios del arte románico. En la Literatura quería del mismo modo remontarse a los orígenes de las formas y de los hechos, pasar del drama a la epopeya, de las influencias italianas al principio genésico del alma española, el Romancero y la tierra, dura que lo crió.
Hablaba de esto el insigne toledano con entusiasmo candoroso, y su viva imaginación le anticipaba el deleite de recorrer loe parajes por donde anduvieron Diego Porcellos, Fernán González y el Cid, y rastrear el ambiente en que moró la musa embrionaria del maestro Gonzalo de Bcrceo. Con tales estudios se preparaba para dar en el Ateneo un curso de Literatura de la Edad Media. Era una Ilusión ardiente, como todas las suyas, y de ella dejó una impresión personal en la última de las cartas que formaron su larga correspondencia con el que esto escribe; cartas llenas de luz, de sinceridad, de gracejo, en las cuales se marcan y suceden todos los incidentes de su vida literaria, mezclándose con apreciaciones justísimas y con familiares desahogos.
En la última carta, escrita un mes antes de morir, se muestra fascinado por el horizonte de triunfos que ante sí veía. En ella estampó esta frase de engañoso júbilo: «Tengo muchos y grandes proyectos…» ¡Irónico epitafio, dictado por la ignorancia en que vivimos tocante al término de nuestra existencia! He aquí sus proyectos: «El Lope lo prepararé este invierno si los menesteres de la prensa me dejan respirar un poco. Luego quisiera hacer un libro más pequeño del Arcipreste, y otro de Don Álvaro de Luna.…