2015

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[Artículo] El conflicto anglo-ruso, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 30 de abril de 1881.

I

Desde hace algunos días la guerra entre Inglaterra y Rusia se cree inevitable, y aunque suelen venir telegramas que indican tendencias pacíficas, ello es que la cosa no se arregla. Diríase que ambos guerreros temen las consecuencias graves de la lucha en que se van a empeñar, y se miran mucho antes de pronunciar la última palabra de pez. Los ingleses, comprometidos en la enojosa campaña del Sudan, con estorbos y complicaciones en Irlanda no obstante llevan la ventaja de sus inmensos recursos financieros, y si es cierto, como dice un adagio militar, que el dinero es el que gana las batallas, la Gran Bretaña tiene la victoria decisiva, aunque tardía, en sus siempre bien provistas arcas. La desventaja de esta nación consiste en )a distancia en que se encuentra del teatro de la guerra, en la falta de sobriedad de las tropas inglesas, en el clima horrible del Afghanistan y en las complicaciones que cualquier descalabro podría promover en los inseguros y mal sujetos Estados del Indostán. También es desventaja para Inglaterra que el problema militar no se plantee exclusivamente en los mares, de los cuales es señora casi absoluta. Dígase lo que se quiera, Inglaterra no ha sido nunca potencia militar continental, y para serlo en circunstancias difíciles ha necesitado hacer colosales esfuerzos y procurarse aliados poderosos.

Las ventajas de Rusia consisten en el entusiasmo del partido militar, que quiere la guerra a todo trance y la considera como una cosa santa y providencial, en lo numeroso de sus huestes y en la asombrosa fuerza que le dan para un caso como éste, en los territorios asiáticos, esas incomparables tropas irregulares del Cáucaso y Tartaria, sobrias, feroces, incansables y conocedoras palmo a palmo del suelo en que operan. Las desventajas del coloso moscovita son, en primer término, su hacienda, que está según dicen, bastante desquiciada, y como no es de creer que en esta ocasión vayan a pedir dinero a los prestamistas de la City tropezarán, sin género de duda, con grandes dificultades. Luego el cáncer interior que la corroe, ese endiablado nihilismo, ha de

entorpecer grandemente su acción. Cierto que uno de los objetivos que impulsan al partido militar a la guerra es desorientar a la revolución y apartar de ella valiosos elementos. Es indudable que una serie de victorias ruidosas serían de gran precio para Alejandro III; pero, ¿qué efectos causaría lo contrario, es decir, una serie de descalabros y reveses? Espanta el considerar la suerte del Zar derrotado, cuando, sin serlo, su vida es un tormento horrible, y es, sin duda, el hombre más infeliz de su inmenso imperio. La imaginación más pesimista no alcanza a concebir lo que sería la revolución desatada en Rusia y el desbordamiento del nihilismo.

II

Cualquiera que sea el resultado de la guerra, creo que estamos llamados a ver cosas muy graves y cataclismos estupendos. La grandeza de los dos gigantes que van a medir sus armas, y además el territorio ingente y salvaje de la contienda, anuncian horrorosa tragedia, quizá la más grave que ha presenciado nuestro siglo. Inglaterra se dispone, por lo visto, a sacar todo el partido posible de su inmensa fuerza naval, bloqueando los puertos del Báltico y del Mar Negro. El comercio ruso sufrirá grandísimo quebranto, y aunque le quedan las vías terrestres para comunicarse con Alemania, sus grandes depósitos de cereales de Odesa y Tagauroff, quedarán cerrados, produciéndose indefectiblemente dificultades en el interior, carestía, miseria, paralización y descontento de las clases numerosas, que, apartadas de los entusiasmos militares, ven siempre en la guerra una calamidad.

Y el solo anuncio de que van a cerrarse los abundantes graneros del Mar Negro, que surten a media

Europa, ha hecho elevar la cotización de cereales en los principales mercados del Mediterráneo. Hay quien cree que la guerra ha de ser favorable a nuestro comercio exterior. En el tiempo aquel de la guerra de Crimea entre la alianza franco-anglo-turca y los rusos, se hizo popular entre nuestros labradores el siguiente aforismo: «Agua, sol y guerra en Sebastopol.» El ejército aliado hizo grandes compras en España para su abastecimiento, y los trigos, especialmente, alcanzaron en Castilla un precio subido que no han vuelto a tener después. De España se exportaron, además, para el teatro de la campaña, gran cantidad de artículos alimenticios y, además, muías y caballos. ¿Sucedería hoy lo mismo? Es muy dudoso, porque las condiciones del comercio del mundo han variado mucho.

En aquel tiempo aun no enviaba a Europa el Oeste de los Estados Unidos sus inmensas remesas de trigo, ni existían en el Mediterráneo las bien abastecidas plazas de Argel, Orán y Alejandría. No Se había abierto aún el istmo de Suez, ni existían, Por ende, fáciles comunicaciones con la India y toda el Asia fecundísima.

Además, aunque la guerra produjera la elevación de precio en algunos artículos de exportación, si la industria inglesa entrara en un período de crisis y se paralizaran algunas fábricas, este simple fenómeno nos acarrearía pérdidas no compensadas con el beneficio de su alza en los cereales. La exportación de minerales de hierro, cobre y plomo, que son, después de los vinos, nuestra principal riqueza, sufriría una baja considerable y quizá una paralización absoluta. Bilbao, Huelva y Linares quedarían arruinados, y perderíamos por tal concepto más de lo que ganaríamos por otro.

Pero, ofrézcanos o no ventajas la guerra anglo-, rusa, no la deseamos. Esta contienda se ve venir, sí, y aunque todos sabemos poco más o menos cómo ha de principiar, no es posible calcular las complicaciones que puede traer en su temido desenlace. Si la guerra se generaliza, si el frágil castillo de naipes del equilibrio europeo se quebranta y deshace, ¿quién dice que no nos tocará alguna chinita? Aseguran que poderosas influencias trabajan por que la anunciada guerra no estalle. Dios ponga tiento en las. manos del venerable Guillermo y de su sabio canciller para que logren evitar, pues tal parece ser su propósito, esta inhumana, bárbara y calamitosa tragedia.

[Artículo] Un enemigo del cólera, de Benito Pérez Galdós

Madrid, junio 13 de 1883.

I

Le ha salido al cólera un enemigo encarnizado: el doctor Ferrán.

Parece que en sus formidables paseos por Europa jamás ha tropezado el viajero del Ganges con una entidad científica que de una manera tan resuelta se le ponga delante y trate de estorbarle el Paso.

Es la primera vez que se ha visto la posibilidad de atajar definitivamente a tan fiero enemigo, mejor que con lazaretos, cordones y cuarentenas, que así le detienen, como podrían las telarañas detener una bala de cañón.

El pensamiento de curar los estragos de un mal con el mal mismo no es nuevo en medicina. Lo Prueban la variolización y la sifilización para evitar con la misma enfermedad benigna el desarrollo de la maligna.

Jenner fué el primero que redujo la cuestión a términos concretos, inoculando la vacuna. En el presente siglo, el sabio francés Mr. Pasteur, con sus experimentos sobre la rabia y el cólera de las gallinas, ha dado un gran paso en este sistema profiláctico.

Ferrán se propuso aplicarlo al cólera morbo asiático, y comenzó sus estudios con admirable paciencia en Marsella y Tolón, donde la epidemia hizo tantos estragos el año pasado. El primer resultado de sus experimentos fué descubrir que el microbio del doctor Koch no es más que una fase de tan temido organismo vegetal, y que éste es susceptible de cultivo y atenuación sometiéndolo a condiciones especialísimas de temperatura y otros modificadores químicos.

El causante del cólera es el bacillus vírgula, recogido directamente de las deyecciones. A tan formidable enemigo le encierra Ferrán en matraces dispuestos para el caso. Lo cultiva allí con líquidos, que le hacen inofensivo, y a los tres o cuatro meses ya está preparado el bacillus para producir el cólera profiláctico en los individuos que lo reciban.

Al principio hizo el experimento en distintos animales. Tal era su fe, que se inoculó a sí mismo; sus discípulos y admiradores hicieron lo mismo, y la inmunidad pareció comprobarse desde los primeros días.

La fama de este procedimiento tan fácil de comprender cundió rápidamente por los pueblos invadidos de la provincia de Valencia; los casos de inmunidad aumentaban de día en día, y acudían por centenares a vacunarse del cólera personas de todas clases.

La inoculación produce un cólera benigno con síntomas que alarman a los que no están profunda-mente penetrados de su escasa importancia.

Los inoculados, a poco de asimilarse el líquido que contiene el bacillus mediante inyección en ambos brazos, experimentan un fuertísimo dolor en el bíceps; a éste sigue pesadez, cefalalgia, envaramiento de los brazos, enfocando la actividad mental en el sitio doloroso.

Rápidamente crece el quebrantamiento de fuerzas y la pereza orgánica, y la temperatura suele ascender en algunos a 40 grados con 130 pulsaciones.

Entonces principian los síntomas propiamente coléricos, a saber: frío intenso, calambres y por fin de-lirio que dura sólo breve tiempo. A las catorce horas Próximamente, el inoculado siente que se alivian sus molestias y los síntomas desaparecen al fin, sin dejar otra huella que algunos dolores locales, que des-aparecen a las veinticuatro horas. El cólera experimental apenas desfigura el semblante por uno o dos días, y después de sufrido, la persona puede afrontar impunemente los focos miasmáticos más peligrosos.

La inmunidad es absoluta al decir de los entusiastas del doctor Ferrán.

Inútil es decir que estos hechos, propalados por la prensa de todos los países, han producido gran sensación.

Conocido en España el doctor Ferrán como hombre profundamente serio, sus teorías no han podido en ningún caso ser consideradas como charlatanismo.

Hay quien las pone en duda; pero su buena fe no ha sido puesta en tela de juicio por nadie.

Todas las naciones han enviado a Valencia una comisión para estudiar de cerca el interesantísimo problema, y actualmente se hacen en aquella comarca estudios de que ha de salir al fin una verdad clara y definitiva.

Parece indudable que la inmunidad de los vacunados es un hecho. Los que se asimilaron el virus colerígeno atenuado por el cultivo, no han sido atacados.

Ahora bien: ¿cuánto tiempo dura la inmunidad?

Este es otro problema que sólo la experiencia puede resolver. Es cosa probada que todas las enfermedades infecciosas ocasionan inmunidad: la dan la peste de Levante, la fiebre amarilla, el tifus pitequial, la viruela, el carbunclo y la hidrofobia.

En cuanto al cólera, por más que algunos tratadistas afirman que nunca repite, hay muchos casos que demuestran lo contrario. Individuos hay que lo han padecido dos y hasta tres veces.

Si la inoculación del cólera experimental nos preserva del mortífero, ¿cuánto tiempo dura esta seguridad?

Sobre esto aún no han sido muy explícitos los Ferranistas, ni lo serán hasta que los hechos y el tiempo arrojen nueva luz sobre tan grande misterio.

Hay quien dice que la inmunidad prevalece durante diez años; hay quien los reduce a tres y aun a pocos meses. En este último caso el remedio del cólera no sería de los más recomendables.

Pero parece natural que la inmunidad sea eficaz en todo el período de la invasión de una epidemia, el cual varía, en nuestras zonas, de uno a dos años.

No quiero dejar de hacer alguna indicación ligera de las causas que determinan la inmunidad.

Las doctrinas microbianas no han llegado aún a un punto definido. Tres hipótesis parecen gozar de más autoridad:

1.ª La de Grawitz, que se funda en la modificación que imprime al protoplasma celular el fitoparásito, la cual subsiste durante algún tiempo, transmitiéndose de unos a otros elementos de nuestro organismo, hasta que se pierde el impulso y la inmunidad desaparece.

2.ª La de Duclaux, que sostiene que el microbio profiláctico se nutre a expensas de nuestro organismo, y por eso, cuando aparece el microbio malo, ya no encuentra campo de nutrición y desarrollo.

Traduciendo esta hipótesis al lenguaje vulgar e imaginativo, puede expresarse de este modo: Al recibir la inyección del bacillus atenuado o domesticado, nuestro cuerpo es como un terreno fértil, donde el inmenso plantío se extiende y crece maravillosamente. Vive algún tiempo hasta que esteriliza el terreno, absorbiendo todo su jugo.

Cuando viene el otro bacillus, el mortífero, encuentra un suelo completamente esquilmado e in-fecundo y no puede arraigar en él.

3.ª Consiste esta hipótesis en sostener que el microbio produce materiales ofensivos a su propia vida, y hace, por consecuencia, mortal el campo donde anteriormente estuvo.

De cualquier modo que sea, la inmunidad es un hecho. Falta sólo determinar el tiempo que dura, y esto en el cólera morbo asiático es de capital importancia.

Ferrán y su sistema tiene partidarios decididos y entusiastas, y también tiene enemigos. Los primeros, entre los cuales hay médicos eminentes, hacen propaganda favorable por medio de conferencias y discusiones animadísimas. Entre los segundos hay también personas entendidas que aseguran no estar convencidas aún y que esperan mejores y más firmes datos.

Por lo general, todos miran al doctor Ferrán con benevolencia reconociendo su talento, su profundo saber y su buena fe, pero al paso que algunos dan como probados sus asertos, otros necesitan que la experiencia y el tiempo ilustren más este gran problema. No encontró Ferrán apoyo muy caluroso en las regiones oficiales.

AI principio y cuando las poblaciones de Valencia lo aclamaban como el mayor bienhechor de la humanidad, la camarilla del ministerio de la Gobernación se le mostró hostil. Cuando vino a Madrid a dar explicaciones de su sistema, aquellas prevenciones se suavizaron y por último el Gobierno nombró una Comisión científica para que, acompañando al doctor Ferrán por los pueblos invadidos, asistiera a los experimentos y emitiera su luminoso informe sobre la profilaxis del cólera según el novísimo sistema. Ferrán ha sido autorizado por el Gobierno para continuar sus inoculaciones y éstas se verifican hoy en Valencia con increíble entusiasmo. La fe de los inoculados, destruyendo uno de los principales agentes del mal, que es el miedo, ha de influir favorablemente en el éxito del sistema.

II

Jaime Ferrán es un hombre de treinta y siete años, de mediana estatura y temperamento vigoroso.

En el laboratorio viste luenga blusa de dril.

Su trato es afabilísimo y habla muy poco. Como todo gran pensador, carece de palabra fácil para expresarse; pero entre sus discípulos los hay muy aptos para la propaganda.

Está rodeado de activos apóstoles que en poco tiempo han derramado su doctrina por toda España.

Su rostro es pálido, su barba muy negra y no exenta de canas, a pesar de no haber llegado a los cuarenta.

Revela en la expresión de su fisonomía una inteligencia grande, una atención sostenida y profunda y el hábito de la observación.

Si no estoy equivocado, Ferrán estudió la Medicina en Barcelona. Antes de darse a conocer por sus estudios sobre la profilaxis del cólera, desempeñaba las modestas funciones de médico de partido en Tortosa; población situada a orillas del Ebro en la provincia de Tarragona.

Cuando estalló el cólera en Marsella y Tolón Ferrán corrió allá sin auxilios del Estado, trabajó concienzudamente en unión de otros sabios extranjeros. De vuelta a España continuó con admirable paciencia sus estudios y no tardó en establecerse en Valencia, desde que la primavera inició los casos de cólera. Descubrió las transformaciones del «bacillus vírgula» de Koch y sus reproducciones hasta lo infinito. Modificado por el cultivo, el «Peronóspera Ferrani» (que tal nombre tiene ya en el mundo científico) es el ser destinado a preservarnos del cólera que mata, por medio del cólera benigno.

Tiene el sabio de Tortosa convicciones arraigadísimas, no afirma nada de que no esté muy seguro; no se deja arrebatar de la imaginación. El sobrio laconismo de sus frases lleva al ánimo la tranquilidad precursora del convencimiento.…

[Artículo] La especulación del miedo, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 19 de junio de 1885.

I

En estos días nuestra capital se halla agitada por una cuestión importante que apasiona todos los ánimos. ¿Hay cólera aquí? El Gobierno dice que lo hay, y lo sostiene en las columnas de ese evangelio oficial que se llama Gaceta; y el vecindario en masa sostiene que no lo hay. Los tres, cuatro o cinco casos que aparecen diariamente consignados en la estadística sanitaria, son calificados por el vulgo de insolaciones, tisis senil o tal vez de dolencias de carácter filoxérico.

También muchos de los casos coléricos de estos días se atribuyen a la inanición, por lo cual ha habido enfermos que han reaccionado fácilmente sólo con que les convidaran a almorzar. Para éstos las chuletas han sido de una eficacia probada.

Este empeño del Gobierno en que ha de haber cólera en Madrid y la tenacidad del vecindario rebelándose contra la epidemia gubernativa es de lo más extraño que he visto en mi vida. En ocasiones análogas los Gobiernos españoles, como los Gobiernos de todos los países del mundo, han tenido empeño en quitar la importancia al mal, disimulando su gravedad y mermando en lo posible el número de casos. Mas ahora ocurre todo lo contrario: tiene el Gobierno a gala el meter miedo, y sin duda obtiene no sé qué oscuras y misteriosas ventajas de la zozobra en que viven los madrileños.

He aquí la explicación que da el vulgo a esta singularísima manía de declararnos epidemizados.

Cuando el cólera empezó a arreciar en la provincia de Murcia, llegando a producir hasta doscientas invasiones diarias, o más, el Rey Alfonso manifestó deseos de ir a visitar a la desgraciada ciudad del Segura para socorrer directamente a sus afligidos habitantes y aliviar en lo posible su situación lastimosa.

Esto supo muy mal a algunos individuos del Gabinete, y ya sea por no exponer a los peligros de la epidemia a la persona del Rey, ya por no exponer la propia, pues era su obligación acompañar al soberano, discurrieron hacer cólera en Madrid para apoyar en él el argumento contrario al viaje del Monarca. Cuentan que el señor Romero Robledo tiene mucho miedo y que a él se debe esta habilidosa estratagema. «¿Para qué va el Rey a Murcia—dice el Gobierno—, si lo tenemos en Madrid, y aquí puede S. M. ejercer cuando quiera las funciones paternales y caritativas que le competen en estos casos como cabeza de la nación? Pero el cólera de Madrid no da juego; es decir, no resulta epidemia. Es simplemente una diátesis estacional determinada por la dolencia que en Medicina se llama cólico de Madrid y que proviene del abuso de las primeras frutas y de los fuertes calores del estío. Pero ocurre la particularidad de que en el presente año los cólicos ocurren en menor número que otros años, sin duda porque la población se halla en mejores condiciones higiénicas y porque el consumo de frutas es bastante menor que en otras épocas.

Los rarísimos casos calificados tímidamente por algunos médicos de cólera morbo asiático han recaído en individuos procedentes de Murcia y Valencia, y aunque el origen parece confirmar el triste diagnóstico, los facultativos ño están de acuerdo respecto a la naturaleza del mal.

Es, pues, arbitraria, torpísima y absurda la declaración de la Gaceta, cualesquiera que sean sus móviles, y nos inclinamos a suponer falsa, por respeto a los poderes constituidos, la versión vulgar que he indicado más arriba.

II

De la declaración del cólera en la Gaceta se deriva un plan completo de precauciones que a veces rayan en lo ridículo.

Todos los días ocurre un motivo más o menos cómico en las plazas de mercado, y las verduleras se sublevan contra la policía desinfectadora al grito de: «No queremos polvos».

Ya son las cigarreras de la Fábrica de Tabacos las que se resisten a ser fumigadas y rociadas con ácido fénico, y por fin el pueblo español, cediendo a sus naturales instintos, concluye por tomar a broma esto de la epidemia, que bien podría llegar a ser muy serio.

A la zozobra que hace días inquietaba a los habitantes de esta villa, ha sucedido una confianza tal, que cuando se habla de casos nadie cree en ellos, y todo se vuelve poner al Gobierno como ropa de Pascuas y echarle la culpa de los males que la epidemia oficial ocasiona al comercio y la industria.

Y que este descontento traerá malas consecuencias, lo prueba la actitud del comercio madrileño, representado por el Círculo de la Unión Mercantil.

La declaración de cólera lastima de tal modo los intereses de tan respetable clase, que han discurrido manifestar su desagrado de un modo pacífico e imponente.

Mañana, 20, es el día destinado para este acto, que, sin duda, tendrá gran resonancia y quizá consecuencias de consideración.

Se cerrarán todas las tiendas de Madrid, y las clases comerciales se dirigirán al palacio de la representación nacional a exponer sus agravios.

Una Comisión de comerciantes visitará con el mismo objeto al Rey.

Entretanto que este acto se prepara, la villa y corte no pierde su constante aspecto de animación y alegría.

Los teatros de verano están concurridísimos; los paseos rebosan de gente, .y siempre que hay toros, lo que acontece dos veces por semana, se aglomeran trece o catorce mil personas en las localidades de la plaza.

Y no reina, ciertamente, la sobriedad en esta fiesta.

A más de los excesos de palabra que allí se cometen, además de las sofoquinas que trae consigo el trágico y pintoresco espectáculo de la lidia, son frecuentísimas las filoxeras y otros abusos gastronómicos dentro de la plaza y al salir de ella.

La estadística sanitaria de todas las épocas acusa un gran recrudecimiento de enfermedades varias en los días que siguen a las corridas de toros.

El libro de entradas del Hospital general marca las fechas de las fiestas tauromáquicas casi tan claramente como los abigarrados cartelones que se fijan en las esquinas.