[Cuentos] Manicomio político-social
SOLILOQUIOS DE ALGUNOS DEMENTES ENCERRADOS EN ÉL
JAULA I: EL NEO
«Al fin Dios me iluminó.
Sentí una confusa y agradable impresión, después se cruzaron en mi entendimiento unas cuantas ideas, después deseé, y al fin un movimiento poderoso de mi voluntad realizó en mi espíritu la mayor evolución que cabe en lo humano.
Quise ser neo.
No digo «fui neo», porque desde el momento en que se hizo la luz en mi cerebro, hasta que encontré realizada en mí la perfección espiritual, transcurrió un buen espacio de tiempo, el suficiente para leer dos números de La Regeneración y dos artículos gabinianos de La Constancia.
Yo había asistido a una sesión de Armonía y, al oír allí una disertación agridulce sobre los destinos caseros de la mujer, sentí que de cada uno de mis ojos salía un río de lágrimas. Plorans ploravit in noctem.
Yo había leído una homilía teológico-churrigueresca con que el padre Sánchez adornó las columnas de La Lealtad; yo había devorado los artículos litúrgico-gongorinos que El Pensamiento ofrecía diariamente en sus cuatro planas; yo estornudé con La Esperanza y bostecé con La Regeneración. Pero todos estos regodeos literarios que por algún tiempo llevaron mi espíritu al más alto grado de placentera y enfática contemplación, no hicieron sino preparar el gran trastorno, el espontáneo y rápido salto de mi entendimiento hacia las claras esferas del bien y a los cerúleos espacios de la salud. Extra neos nulla salus.
En el paroxismo de mis dudas, sentí una voz fuerte, terrible, altisonante, tremebunda, grandilocuente, tanquam vocem aquarum multarum; abrí los ojos y vi un papel ante mí. La voz decía: tolle et lege. Lo tomé y lo leí: era La Constancia.
* * *
Leí La Constancia, leí al padre, leí al hijo, leí a Gabino Tejado, y las tres resplandecientes y aguzadas puntas del triángulo nocedalino hirieron mi mente, dejando en ella una impresión de plácido dolor, de dulce martirio. Doncellas del Manzanares, tañed la cítara y cantad y regocijaos, porque La Constancia dio luz a mis ojos, regalo a mi paladar, sones a mi oído y salud a mi alma. Traed el novillo más gordo de vuestros campos y aderezadle y comedle, porque la verdad económicopolítico- parlamentaria entró en mi espíritu iluminándole con resplandores del cielo. Fulserunt Candidi tibi soles.
Mientras más leía, a medida que mi ser se identificaba en el periódico y el periódico penetraba en mi ser, fui adquiriendo la sabiduría. ¡Qué de cosas supe! Desde los asuntos políticos que constituyen la materia ex qua de aquel diario, hasta las aspiraciones ministeriales que son el ut quod de su existencia; todo penetró en mí irradiando intelectuales efluvios. Lampades ignis, o Non fumum ex fulgore, como dijo el Profano.
* * *
Pero era preciso elevarme hasta la misma mismidad de los neos; fui, por tanto, presentado en un conciliábulo.
Me examinaron y fui totaliter aprobado.
Entonces comprendí cuánta era mi sabiduría adquirida repentinamente solo por el propósito de ser neo.
Doncellas del Abroñigal, ceñíos de blancas vestiduras, embalsamaos con olorosos ungüentos, quemad pebeteros del Oriente y cantad y festejadme con honestas y regocijadas alegrías, porque la luz entró en mi alma y fui neo y me llamaron neo; porque me llamaron sabio y me coronaron de esparto y cáñamo, y cantó El Pensamiento mis alabanzas con voz más delicada que la misma Patti. Pauperiem patti.
Selgas el Taumaturgo escribió una revista del género reduplicativé, y Vildósola soltó unos sueltos del género fastidiositer.
Hubo otro conciliábulo.
Vi muchos hombres de aspecto triste y severo, de actitud sombría, de voz hueca, de mirada siniestra, de color amarillo. Eran ellos, los neitos.
Levanteme de mi asiento trémulo y encogido. La presencia de tanto sabio me llenaba de pavor y zozobra. Uno de ellos me preguntó qué entendía por liberalismo.
Aquella pregunta era demasiado difícil para un principiante.
¡El liberalismo!, dije pasa mí; ¿qué es esto de liberalismo? Volvió el neo a preguntarme con terrible voz. Yo no sabía qué contestar. Sin duda me espesaba una silba. Amarilla sylvas, como dijo el Mantuano.
* * *
Mi turbación crecía. Más de pronto un rayo de luz me iluminó. Comprendí lo que era el liberalismo; pero la voz se detenía en mi garganta y no podía articular una palabra.
Yo había recibido unas cuantas lecciones de mímica, y hallé un medio de contestar a la pregunta de mis jueces sin abrir la boca; saqué del bolsillo una caja de fósforos de Cascante, Cascantinei fulgores; cogí una cerilla, y raspándola en el cartón la encendí, mostrando la llama a mis jueces que se quedaron atónitos y petrificados. Sin duda mi sabiduría les pareció extraordinaria y nunca vista. Se miraban unos a otros como si no pudieran explicarse aquel prodigio. Aquel argumento mímico del fósforo para contestar a una pregunta sobre el liberalismo, les pareció la más alta idea que podía brotar de cabeza humana. Humano capiti, como dijo el Lírico.
Animado por tan buena acogida, recobré repentinamente el uso de la palabra, y dominando mi turbación exclamé gritando con toda la fuerza de mis pulmones:
¡¡Fuego con él!!
Los neos no pudieron contener su entusiasmo; se lanzaron sobre mí, me abrazaron, me llamaron el Sabio de los sabios, el Profundo, el Simbólico, el Exegético, el Poliantheo, el Apologético.
¡¡Fuego con él!!, repetí yo.
Donceles de Alcorcón, coged la espada y poneos el casco de reluciente cimera, y aparejad vuestros caballos, porque la hora del exterminio ha sonado y no quedará piedra sobre piedra. ¡Oh!, ciudad prevaricadora, habitáculo de prevaricaciones, centro de inmundicia, monstruo de liberalismo, foco de ideas pestilenciales, yo curaré con fuego tu lepra y purificaré con fuego tu corazón, echando al río tus cenizas. Super flumina Manzanares.
* * *
La realización de mis teorías fosfórico-neas me llevó a la cárcel. ¿Quién me iba a defender? ¿El Taumaturgo, el Simbólico o el Apocalíptico? ¡Ay!, aquellos patriarcas que aplaudieron mi tesis en el examen, dijeron que estaba loco. Sed non erat his locus.
* * *
Por loco me encerraron en esta jaula, donde padezco horribles tormentos; porque no tengo a nadie a quien quemar. Me han quitado los fósforos. Sin embargo, no ceso de clamar: ¡Yo soy neo!, ¡soy neo!».
El filántropo curioso que copió por taquigrafía el monólogo del neo, continuaba su trabajo en las jaulas sucesivas, cuando un incidente lamentable inutilizó lo que había escrito. Hallábase copiando… cosa curiosa, y prometía gran aceptación, cuando un loco, que a la sazón andaba suelto por aquel patio, vino muy callandito por detrás y le dio un tremendo apabullo en el sombrero, enterrándoselo hasta la boca, con lo cual el filántropo curioso se vio en un gran aprieto; cayósele de la mano el papel y la pluma, y cuando desempaquetando su cabeza, pudo al fin ver la luz del día y trató de coger sus enseres, el viento se los había llevado. Ansioso de seguir su trabajo, volvió pocos días después; pero el loco no quería hablar, y se vio precisado el copista a entretener su pluma en otro maniático de los más notables de la casa.
JAULA II: EL FILÓSOFO MATERIALISTA
¡Ay! En los tiempos en que yo no era filósofo, mi vida era un continuo martirio. Ilusiones aquí, esperanzas allá, recuerdos hoy, presentimientos mañana. No comprendía yo que era una gran majadería molestarse en pensar, en querer y en sentir.
Un día tuve una inspiración luminosa, flamígera, centelleante.
Hallábame discutiendo con un amigo que se había olvidado de comer. Él era un cartesiano furibundo. Discutíamos sin cesar en los solemnes momentos de la comida; y aquel día, mientras estaba resolviendo el arduo problema de comerme media perdiz, mi contrincante dio un suspiro y empezó una filípica contra la ridícula costumbre de comer.
—¡Comer!, decía él. ¡Grosera función de la materia, hábito que iguala al hombre a los brutos más brutos de la Creación! ¡Comer! ¡Injuria que hace el cuerpo al espíritu, solidario de la Divinidad, al espíritu inmaterial, infinito, inapetente, no susceptible de digerir, ni de engordar, ni de enflaquecer!
Y en tanto se comía una lonja de solomillo con guisantes, del tamaño de un queso manchego.
—¡Comer!, dije yo, abriendo la boca y metiéndome lo mejor que pude en ella una cucharada de garbanzos, nutritivo fundamento de la comida, verdadero pienso humano. Pues el comer es la clave y el principio de toda la filosofía.
—El principio de la filosofía, dijo mi amigo, comiéndose de un mordisco una pera de Donguindo del tamaño de las bolas del puente de Segovia; el principio de la filosofía es: Yo pienso; luego existo.
—Pues ese es también el principio de mi filosofía: Yo pienso; luego existo.
—O quitando la parte caballar o asnal que esto tiene, digamos:
—Yo como; luego existo.
Desde entonces fui lo que soy, filósofo materialista. Principiaron mis grandes especulaciones; y al fin sorprendí todos los arcanos de la naturaleza y todos los misterios del alma y de la vida. El átomo fecundo, fuente de la vida, elemento de toda forma y de toda idea, materia prima del alma, se presentó bailando ante mis ojos como un infusorio y vibrando sonoramente como una pulga que se hubiese metido a sochantre. Yo vi aglomerarse muchos de estos átomos en torno mío y formar la sustancia fundamental, figurando aquí una piedra, allá una flor, por un lado un deseo, por otro un afecto; y esta sustancia engendradora de la luz y del amor, del fósforo y del azufre, de la gelatina y del aquilón gomado, de la sangre y de la idea, del cuerno y de la ilusión, de la masa encefálica y de la aptitud para hacer versos alejandrinos, se presentaba ante mí obedeciendo a mi llamamiento, como obedecen a la gravitación universal todas las masas errantes en el espacio, constituyendo ese bello juego de coreografía cósmica que se llama armonía sideral, rotación y traslación sistemática de los planetas.…