2019

2019

[Artículo] Pepe Navarro, de Benito Pérez Galdós

Venimos á la conmemoración de Navarro Ledesma con el propósito de añadir á las honras académicas la ofrenda de nuestros corazones; queremos transmitir, así á las lejanías de ultratumba como á las esferas próximas y ¿ toda la generación viva, los testimonios del cariño que profesábamos al grande ingenio, al hombre bueno y afable, cuya amistad fué una de las pocas flores que han embellecido y alegrado nuestra existencia. Aquí, donde la labor literaria es penosa, casi penal, y la pluma como un remo de galeras; donde los caminos son ásperos, difíciles, el fin de ellos nunca dispuesto para el reposo, la tarea inmensa, el provecho corto, insegura el aura del favor, apremiante y severo el exigir, voluble y frío el recompensar, no viviríamos si en esta carrera no nos alentase el afecto del amigo que á nuestro lado camina jadeante, y no compartiéramos con él, y él con nosotros, las breves alegrías y sinsabores largos que forman la trama vital en este oficio duro. Consagremos, pues, nuestros homenajes más fervientes al compañero y amigo, que pronto fué maestro; al modelador infatigable de formas literarias y forjador de armas para la crítica; al que en la lucha desplegó la más grande abnegación y constancia ae que hay memoria, pues no cejó un solo instante ni conoció el descanso hasta que con súbita fatalidad se lo dió la muerte.

Mantengamos siempre viva la memoria de aquel atleta, ejemplo de increíble tenacidad en la labor del entendimiento. Trabajaba Navarro como si sobre él pesara una dura penitencia ó castigo impuestos por deidad inexorable. Era un español de la rama más linajuda y vigorosa, la rama ascética, que vive, alienta y muere dentro de la obligación que le imponen sus fines altruistas y espirituales, con doloroso sacrificio del sér propio. Y en su castizo españolismo se marcaba también claramente la progenie castellana, latina y humanista, que hace á los hombres estudiosos y alegres, ambiciosos de saber y gustosos de la hermosura clásica, así como del vivir ameno y dulce en. el seno amoroso del bienestar y de la abundancia. Tal era el sér complejo de Navarro Ledesma: ascético para el trabajo, inflexible en los deberes, horaciano en el concepto de la vida modestamente cómoda y regalada sin exceso, en grata compañía de buenos y probados amigos. Su trato cariño­so, y su saber cada día mayor y más ameno, adquirido tanto en los libros como en el mundo, eran un bien demasiado hermoso ¡ay! para que durara.

Hombre de fecundísimo ingenio y cultura extensa, y además dotado de activa voluntad, había de tener pacto con el tiempo para que éste no le faltara en tantos y tan apremiantes quehaceres. Así, cuando acudió á merecer la cátedra del Instituto en ruda contienda, le vimos acopiar en meses toda la erudición crítica de las letras españolas desde los siglos remotos hasta nuestros días; y posteriormente, cuando ideó y emprendió su magno libro del Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes, nos asombró la presteza con que el historiador, poeta y erudito, pudo apropiarse los materiales para el insigne monumento y aderezarlos con tan soberano arte y tanta destreza y gracia. Y el que en esta empresa colosal ponía su espíritu, aún reservaba una parte de él para desparramarla con increíble fecundidad en el sinfín de trabajos sueltos destinados á engalanar la prensa pequeña y la grande: juicios graves de sucesos públicos, apuntes críticos, comentarios chanceros de picante humorismo, flores diversas, ricas ae color y frescura, con algún ramo de aliaga ó de ortigas.

Si maravillosa sería esta continuada emisión de ideas en una naturaleza que uniese al vigor mental el vigor físico, mayor admiración nos causa en el hombre que pasó sus años floridos agobiado por crueles dolencias. Los que le vimos en trances morbosos muy graves, acechado por la muerte, pudimos apreciar el gallardo tesón con que el enfermo se desprendía de los brazos del dolor para lanzarse con brío á los afanes de la vida mental. Y verdaderamente inaudito fué que, afligido el cuerpo de Navarro de complejos achaques, se mantuviera siempre su entendimiento equilibrado y fresco, y que sus ideas no revelaran pesimismo ni melancólica negrura, sino más bien vitalidad, esperanza y alegría. El hombre doliente se ocultaba bajo la exuberante lozanía de un ingenio siempre sereno, gracioso y fecundo. Nunca se vió un espíritu tan sano en cuerpo tan enfermo.

Por esta fortaleza de su grande espíritu pudo Navarro, en pocos años, recorrer toda a escala que de las tentativas juveniles conduce al magisterio literario y á los altos sitiales de la gloria. Glorioso fué el último año de su desgraciada vida, en el cual le vimos rehecho de sus quebrantos de salud, y al parecer bueno, y con alientos y cuerda para muchos años. Creyérase que la Naturaleza, al sentenciarle á muerte, quiso también que en breve tiempo y espacio diera el hermoso árbol sus flores más bellas y su fruto más sabroso. En el año que había de finalizar aquella preciosa existencia, llegaron las cualidades mentales de nuestro amigo á su máximo desarrollo y esplendor, su saber á la mayor riqueza de conocimientos, adquiridos en libros rancios y libros nuevos, en los viajes y en la sagaz observación de la vida. Enfocados aquellos días desde los presentes, creemos ver en el ocaso glorioso de Navarro Ledesma el sutil humorismo y ia dulce tolerancia de los hombres que han vivido mucho y allegado todo el caudal que dan las lecturas y la experiencia, y se aproximan con serena majestad al último día de su existencia mortal. Hallábase en la plenitud de su talento; dominaba el campo inmenso de la Humanidad, y había llegado á poseer el reposo filosófico de los grandes viejos que esparcen toda su luz mental al derivar hacia la tumba. Sus treinta y cinco años decoraron su cabeza con nobles canas, y pusieron tempranamente en su rostro la sonrisa paternal.

II

No obstante, si por estar tan juntos el prodigioso libro de Cervantes y la muerte ae su autor, vemos en la figura de éste la integral fructificación de un ingenio, hemos de reconocer que no nos dejó Navarro toda la substancia de su sér como poeta y erudito. A la otra vida se llevó hermosos planes, producto de juvenil ambición no satisfecha sino en muy pequeña parte. La muerte nos ha privado ae una resurrección de Lope, no menos bella que la de Cervantes, pues, á juicio de Navarro, el creador del Teatro español nos dió en su vida el más intenso y humano de los dramas. Hemos perdido además un Hernán Cortés, héroe de la talla de los Césares y Alejandros por la diversidad de sus geniales aptitudes, y un Fernán González, figura que, como la del Cid, vemos con medio cuerpo en la leyenda y medio en la historia. Era ésta la primera jornada de sus nuevas empresas, y Navarro no tardó en acometerla, planeando aquel viaje á Burgos y su tierra el verano anterior, en los días del eclipse. Amigos cariñosos que le acompañaron han descrito con singular encanto la excursión á Covarrubias. Son páginas luminosas y tristes como la pintura de un ocaso brillante. Ansiaba Navarro examinar y conocer la tierra madre castellana, pues su viaje á Reinosa en el verano de 1904 apenas le dió una visión rápida de aquel país. El hijo de Toledo, hecho á la contemplación de la nueva Castilla y á sus monumentos y paisajes, deseaba completar su estudio de la vida española con la visita detenida de la Castilla atávica y austera. Es la Castilla del Tajo un poco más risueña que la del Duero, y en sus ciudades nos recrean la vista los graciosos monumentos mudejares y la opulencia plástica de los platerescos. Todo esto lo tenía Navarro bien grabado en su alma; mas ésta quería embelesarse en la contemplación de los admirables vestigios del arte románico. En la Literatura quería del mismo modo remontarse á los orígenes de las formas y de los hechos, pasar del drama á la epopeya, de las influencias italianas al principio genésico del alma española, el Romancero y la tierra dura que lo crió.

Hablaba de esto el insigne toledano con entusiasmo candoroso, y su viva imaginación le anticipaba el deleite de recorrer los parajes por donde anduvieron Diego Porcellos, Fernán González y el Cid, y rastrear el ambiente en que moró la musa embrionaria del maestro Gonzalo de Berceo. Con tales estudios se preparaba para dar en el Ateneo un curso de Literatura de la Edad Media. Era una ilusión ardiente, como todas las suyas, y de ella dejó una impresión personal en la última de las cartas que formaron su larga correspondencia con el que esto escribe; cartas llenas de luz, de sinceridad, de gracejo, en las cuales se marcan y suceden todos los incidentes de su vida literaria, mezclándose con apreciaciones justísimas y con familiares desahogos.

En la última carta, escrita un mes antes de morir, se muestra fascinado por el horizonte de triunfos que ante sí veía. En ella estampó esta frase de engañoso júbilo: “Tengo muchos y grandes proyectos…» ¡Irónico epitafio, dictado por la ignorancia en que vivimos tocante al término de nuestra existencia! He aquí sus proyectos: “El Lope lo prepararé este invierno si los menesteres de la prensa me dejan respirar un poco. Luego quisiera hacer un libro más pequeño del Arcipreste, y otro de Don Alvaro de Luna. Además, proyecto una Historia de la Literatura Femenina Española, para sacar de su error á las gentes creídas de que en España las mujeres no han hecho nunca más que rezar y multiplicarse.„…

[Artículo] Ferreras, de Benito Pérez Galdós

Nuestra aflicción no nos permite hoy tributar al maestro, al amigo incomparable, los honores que su nombre y su memoria merecen. Nos limitamos, en este día triste, á transmitir nuestro inmenso duelo á toda la prensa española, á los partidos liberales, á las innumerables personas de diversas jerarquías que profesaban á Ferreras entrañable amistad, que le querían y respetaban; á los que le pedían su opinión, siempre ajustada á la realidad; á los que continuamente solicitaban su mediación ó influencia para favores relacionados con la vida oficial; á los que por distintos modos iban hacia él en busca del claro sentido de las cosas públicas ó de la inagotable bondad, prodigada siempre sin tasa en pro de los que necesitaban de ella.

Nadie gozó de mayor influjo que Ferreras en determinados períodos políticos; nadie le ha igualado en la abnegación para rehuir el beneficio propio de ésta que podremos llamar privanza, derrochándola siempre en provecho de los demás. Ha sido el mayor altruista de los tiempos presentes, y ejemplo, único tal vez, de una modestia con visos de austeridad huraña. Si la única felicidad positiva de este mundo consiste en hacer la felicidad de los demás, Ferreras ha gozado en vida de una dicha inefable.

El desfile de los que han recibido por su mano las mercedes que la política distribuye entre los españoles, sería un interminable cortejo de agradecidos, desde los más altos á los más humildes. ¡Gloria obscura de un hombre honrado y modesto!

Jamás quiso para sí pompas ni honores de relumbrón. No tenía cruces, ni títulos, ni cintajos, ni cosa alguna de vanas apariencias. Su orgullo era la posesión del sentido justo de las cosas políticas; su cruz, la pesada obligación de dar diariamente al país un juicio personal, siempre sereno, expresión de un espíritu sincero, que en los asuntos públicos busca la verdad y desoye los peligrosos consejos de la ira.

La llaneza de su trato á todos cautivaba. Nobles y plebeyos; políticos altos, medios y bajos; periodistas, literatos, artistas, cuanto hay en Madrid de notable ó en camino de serlo, buscaban y obtenían fácilmente la amistad del maestro Ferreras, conservándola como un indispensable signo de representación social.

La adhesión inquebrantable de Ferreras á Sagasta, no interrumpida ni turbada en ningún tiempo, desde la fundación del partido constitucional hasta los últimos días de aquel estadista inolvidable, es realmente una gran virtud política, ejemplo admirable de constancia y consecuencia, aquí donde la indisciplina y la disgregación han entorpecido la obra de los jefes de partido, obligados á poner mayor atención en el gobierno de las personas que en el gobierno del país.

Esta virtud de Perreras representa, forzoso es decirlo, una consoladora excepción en los tiempos que corren. Observándola y admirándola, hemos dicho más de una vez: «Con muchos hombres así, tenaces en sus afectos, tercos y obstinados en sus ideales políticos, España habría podido contar con el firme bloque de voluntad que necesita para su progreso moral y material.» Desgraciadamente era él solo el irreductible; solo él mantenía su impávida consecuencia junto al jefe, acatándole siempre con incondicional adhesión.

Sagasta le distinguía con extraordinario afecto. Dijérase que en su amigo veía las cualidades que quizás á él le faltaban, ó que no quería cultivar, sintiéndose, con la palabra y las opiniones de Perreras, completo y acabado en su total personalidad de hombre- de gobierno. Si el cansancio le llevaba á la indolencia, Perreras le infundía su actividad pasmosa, y si alguna idea ó conocimiento- peculiar de personas y cosas faltaba en el prodigioso entendimiento del je£e, por la diversidad de asuntos en que había de poner su atención, Perreras le aportaba cuanto era menester para completar el juicio. Y no era sólo el amplificador, sino también el sim- pliñcador de la voluntad de Sagasta, sugi­riéndole mas de una vez la idea de aminorar la acción cuando así era necesario, 6 de reforzarla en ocasiones de verdadera gravedad y desconcierto.

Como periodista, Forreras no fué nunca tribuno de las multitudes; era el atenuador de las pasiones, el pregonero de la verdad y de la razón. Con igual interés le leían los de corazón frío y los de temperamento arrebatado. A sus dictámenes daba fuerza la misma moderación con que los escribía, y la sencillez persuasiva de su estilo, no exento de donaire en ocasiones, siempre conciso, veraz, y despojado de flores retóricas.

Por la exactitud de sus informaciones, por la claridad de su criterio y la recta intención de sus juicios, todos los periodistas de Madrid le llamaban el maestro Ferreras. Maestro fué en verdad: no lo olviden los que en la generación presente consagran su existencia á la información y comentario de las cosas políticas; aprendan de aquel modelo la verdad, la mesura, la claridad del juicio, la consecuencia. Por estas virtudes fué y es don José Ferreras una de las glorias más puras de la prensa española.

Madrid, Mayo de 1904.

Artículo en memoria del insigne periodista, fundador de El Correo.…

[Audiolibro] Trafalgar, de Benito Pérez Galdós

Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina.

Al hablar de mi nacimiento, no imitaré a la mayor parte de los que cuentan hechos de su propia vida, quienes empiezan nombrando su parentela, las más veces noble, siempre hidalga por lo menos, si no se dicen descendientes del mismo Emperador de Trapisonda.

[Poesía] El pollo, El teatro nuevo y La emilianada, de Benito Pérez Galdós

1. El pollo

¿Ves ese erguido embeleco,

ese elegante sin par

que lleva el dedo pulgar

en la manga del chaleco;

que, altisonante y enfático,

dice mentiras y enredos,

agitando entre sus dedos

el bast6n aristocrático;

que estirando la cerviz

enseña los blancos dientes,

atravesando los lentes

sobre la curva nariz;

que saluda con tiesura

a todo el género humano,

y lleva siempre la mano

enclavada en la cintura;

que, más obtuso que un canto

y sin saber la cartilla,

refiere la maravilla

del combate de Lepanto;

que va al teatro y pasea

sus miradas ardorosas,

contemplando a las hermosas

jóvenes de la platea;

que aplaude mucho al tenor,

y aplaude a la Cavaletti

y critica a Donizzetti,

y al autor del Trovador;

que hallándose en la reunión.

sin modales elegantes,

se va estirando los guantes

por vía de distracción ?…

Ese estirado pimpollo

que pasea y se engalana

de la noche a la mañana:

es lo que se llama un «pollo».


4. El teatro nuevo

En una noche lóbrega,

se cierne sobre el ámbito

de la ciudad pacífica

siniestro ser fantástico.

Es el espectro fúnebre

de aquel poeta extático

que a mártires y vírgenes

y apóstoles seráficos

colores dio poéticos

con sus serenos cánticos;

de aquel cuyos volúmenes,

que algunos llaman fárragos,

contienen más esdrújulos

que gotas el Atlántico.

Al ver la chata cúspide

del coliseo náutico,

una sonrisa lúgubre

bulló en sus labios cárdenos,

y con expresión hórrida

exclama contemplándolo

¿Quién fue el patriota estúpido,

quién fue el patriota vándalo,

que imaginó las bóvedas

de ese teatro acuático?

¡Por vida de san Críspulo!

Que a genio tan lunático

merece coronársele

con ruda y con espárragos

para que el tiempo próximo

en los anales clásicos

le aclame por cuadrúpedo

con eternal escándalo.

Así dijera y súbito,

su rostro seco y pálido

tiñóse con la púrpura

del encendido gánigo,

y en los espacios célicos

corrió con vuelo rápido,

pronunciando los últimos

esdrújulos tiránicos,

que en el espacio cóncavo

repite el eco lánguido,

diciendo en voz lacónica

¡Qué bárbaros, qué bárbaros!


5. La emilianada

Un ruido sordo en el recinto suena

y los valientes de pavor transidos

contemplen todo con horrible pena

sus furores en miedo convertidos.

La herrada puerta entre sus goznes gira

y en el dintel don Lucas se abalanza

bañado el rostro, que terror inspira,

con la sonrisa cruel de la venganza.

Con ojos de Satán la turba mira,

cual tigre se apresta a la matanza,

cual hambriento cóndor que ve delante

rojo montón de carne palpitante.

Disperso corre el engreído bando

a la vista del jefe furibundo,

con vergüenza y despecho deseando

que se lo trague el ámbito profundo.

¡Esclavo sin razón!, ¿por qué combates?

Humíllate al poder de los magnates.