2020

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[Artículo] El crimen de la calle Fuencarral, de Benito Pérez Galdós

En 1888 se perpetró en Madrid un crimen que provocó altercados callejeros, el seguimiento diario de la prensa, implicación de corruptos, dimisiones del director de la cárcel y del presidente del Tribunal Supremo, la interpretación del juicio en clave de lucha de clases y la última ejecución pública por garrote vil. Atrajo la atención de Galdós, que envió varias crónicas al diario argentino La Prensa, cuyo estilo, comparable al de Dashiell Hammett, muestra a un Galdós pionero en el género policíaco, apenas frecuentado hasta entonces en la literatura española.

Para los tertulianos de los cafés, la criada representaba el desamparo del proletariado y el hijo de la víctima era la imagen del «señorito golfo» y vicioso, «característico de las clases burguesas».

La sociedad de Madrid discutió acaloradamente este suceso en los cafés de tertulia y se dividió en bandos opuestos, en función del acusado al que defendiesen. se producen dos bandos opuestos.

​ El largo proceso, que comenzara el 26 de marzo de 1889, para terminar el 25 de mayo del mismo año, acaloró las opiniones públicas madrileñas y, por extensión, las españolas.


El crimen de la calle Fuencarral, Benito Pérez Galdós

Madrid, 19 de julio de 1888.

I

Estamos ahora los españoles bajo la influencia de un signo trágico. Los grandes crímenes menudean. En vano se buscarían en la prensa acontecimientos políticos o literarios. Los periódicos llenan las columnas con relatos del crimen de la calle de Fuencarral, del crimen de Valencia, del crimen de Málaga, los reporters y noticieros, en vez de pasarse la vida en el salón de conferencias, visitan los juzgados a todas horas, acometen a los curiales atosigándoles a preguntas, y con los datos que adquieren, construyen luego la historia más o menos fantaseada y novelesca del espantoso drama. Últimamente la prensa ha hecho algo más que informar al público de los hechos conocidos, y ha tomado parte importantísima en la investigación de la verdad. De tal modo ha conmovido a la opinión pública en Madrid, y aun de toda España, el misterioso crimen de la calle de Fuencarral, que la prensa no ha podido concretarse a sus funciones de simple informadora de los sucesos; ha tomado una parte activa en la instrucción del proceso, ayudando a los jueces, arrojando toda la luz posible sobre el hecho nebuloso, recibiendo del público datos, antecedentes, noticias; procurando indagar la pista de los criminales; recibiendo todo lo que puede contribuir al exclarecimiento de la verdad oscura. Cierto que gran parte de los datos y advertencias suministrados por la prensa no son utilizables; pero en medio de la confusión de sus referencias hay algo que parece indicar una dirección determinada. Esta dirección, a manera de un rastro de sangre, persiste al través de las contradictorias indicaciones; este rastro señalado por la conciencia pública es la única orientación que persiste tras tantas vacilaciones, y en el caso concreto del crimen de la calle de Fuencarral, no es aventurado afirmar que los adelantos del proceso son debidos a la insistencia con que la opinión pública por conducto de la prensa ha señalado el camino de la verdad.

Imposible que mis lectores dejen de conocer el horrible crimen de que se trata, perpetrado el 1.º de julio, y que en los días que van transcurridos del presente mes ha adquirido tan triste celebridad. Seguramente la revelación del asesinato de la viuda de Varela, mejor dicho, del descubrimiento del cadáver en la madrugada del día 2, ha recorrido todos los periódicos del mundo. Dicha señora era rica, un poco extravagante, medrosa y avara, y vivía sola en compañía de una criada. Lo tremendo del caso es que desde los primeros momentos recayeron sospechas vehementes sobre el hijo de la víctima, José Vázquez Varela, a la sazón preso en la Cárcel Modelo por robo de una capa.

¿Qué motivaba estas sospechas, que casi han sido y son unánime juicio? Los antecedentes del hijo, quien hace dos años acometió a su madre infiriéndola graves heridas de arma blanca; la malísima reputación de que el mancebo goza; sus costumbres perversas, conocidas de todo Madrid; su holgazanería; sus relaciones con gente de muy mala conducta. El joven Varela tiene veintitrés años. Los vecinos de la casa que la víctima habitaba declaran que un día sí y otro también ocurrían grandes escándalos entre la madre y el hijo; éste pidiéndola dinero brutalmente y aquélla negándoselo con objeto de poner coto a sus vicios.

La viuda de Varela era suspicaz y desconfiaba de todo el mundo. Tenía, sin duda, presentimiento de su fin desastroso; escondía el dinero en lugares secretos, y a veces llevaba en el seno grandes sumas de billetes de Banco. Temerosa de que la envenenaran, se confeccionaba su alimento. Al propio tiempo que deploraba las consecuencias de la malísima educación dada a su hijo, le quería entrañablemente, y hace dos años, cuando aquel desnaturalizado monstruo atropelló a la que le había dado el ser, la infeliz madre declaró ante el juez que se había ocasionado las heridas por un accidente fortuito, librando de este modo al criminal de la pena que merecía.

Las primeras actuaciones no produjeron más que confusión. La voz pública se inclinaba a declarar inocente al hijo de la víctima por hallarse cumpliendo condena en la Cárcel Modelo. La persona en quien se fija la atención es la criada, Higinia Balaguer, encontrada en la casa al descubrir el crimen.

La Cárcel Modelo en 1939

Higinia Balaguer fué en los primeros días la figura saliente de este trágico cuadro, mujer impasible, afectando o sintiendo quizá una impavidez inconcebible. Luego se ha sabido que esta mujer había vivido en comunicación casi constante con criminales, que había tenido puesto de bebidas en las inmediaciones de la cárcel, y en el curso de sus declaraciones ha revelado ese conocimiento del Código penal, que es común entre personas íntimamente relacionadas con los que viven infringiéndolo.

Interiores de la Cárcel Modelo

Higinia Balaguer fué considerada desde el principio como la clave de la instrucción, y en ella se fijaron todas las miradas. Primeramente se declaró ignorante del suceso. Hubo de comprender que esta versión era insostenible, y luego se declaró autora única del crimen, describiéndolo como resultado de un arrebato de ira. Poco crédito se dió a esta declaración. Imposible que Higinia cometiese sola un crimen que revelaba, además de minuciosas precauciones, un esfuerzo varonil.

La tercera declaración de la criada puso la cuestión en nuevo terreno, dando al proceso dramático interés. Señaló como autor material del crimen al hijo de la víctima, presentándose a sí misma como simple auxiliar, movida del terror y algo también de la codicia, pues el asesino, al paso que la amenazaba con la muerte, le ofrecía asegurar su porvenir si le ayudaba a ocultar el crimen. La descripción que hace Higinia de los pormenores del asesinato son de tal naturaleza y revelan un tan alto grado de pervesión, que la conciencia humana repugnaba el admitirlos. Parece que tanta maldad no cabe en lo posible. La serenidad y aplomo con que el asesino, después de quitar la vida a la infortunada doña Luciana, dispuso lo necesario para pegar fuego al cadáver con petróleo, a fin de borrar las huellas de su atroz delito, revelan el corazón más duro y empedernido, un monstruo sin ejemplo ni precedente, si conforme a la declaración de Higinia, el asesino es el hijo de la víctima, un joven de veintitrés años. Desde que esta manifestación se hizo pública, las opiniones de dividieron: muchos la aceptaban, fundándose en los antecentes de José Varela: otros la ponían en duda, repugnando admitir la barbarie tan grande e inaudita, que parece rebasar los límites de la crueldad humana.

Y aquí entra la parte más dramática del misterioso crimen de la calle Fuencarral. Si el asesino es José Varela, ¿cómo salió de la cárcel, donde estaba cumpliendo condena? El director y empleados de la cárcel niegan en absoluto que Varela haya abandonado su prisión ni el día 1.º de julio ni en ninguno otro. ¿Cómo se concuerda esto con la declaración de la Balaguer? La confusión que de esto resulta, es extraordinaria, y la opinión pública, vivamente excitada, continúa señalando a Varela como autor del crimen. Toda la prensa afirma que existen numerosas personas que han visto al joven en la calle en los últimos ocho días de junio. Hay quien dice haberle visto en algún café, en los toros y hasta en la butaca de un teatro. El Juzgado llama a declarar a gran número de personas. Declaran también los empleados de la cárcel y su director, el cual parecía ayudar al Juez desde el primer día en el esclarecimiento del maldito crimen.

La gran sorpresa y sensación se produjo el día en que el Juez detuvo e incomunicó al director de la cárcel señor Millán Astray. Fué esto consecuencia de una nueva declaración y ratificación de Higinia, quien aseguró haber sido sugerida por Millán Astray para dar a sus primeras declaraciones un determinado sentido. Al afirmar la criada que el director de la cárcel le había dicho que necesitaba salvar a Varela, al jurarlo delante del mismo señor Millán añadiendo varias particularidades de suma importancia, elevó a su mayor grado el interés del proceso: Millán Astray, al verse acusado, sufrió un ataque al corazón que puso en peligro su vida. Repuesto del accidente negó de la manera más rotunda las aseveraciones de Higinia. Y al propio tiempo continuaban en la prensa las manifestaciones anónimas de diversas personas que afirmaban haber visto a Varela en la calle en los días que precedieron al crimen.

Millán Astray, director interino de la cárcel, es joven: pertenece al Cuerpo de empleados de establecimientos penales, en el cual ha demostrado inteligencia y buena voluntad.…