2012

2012

Observaciones sobre la novela contemporánea en España (I)

Observaciones sobre la novela contemporánea en España (1870)

I

El gran defecto de la mayor parte de nuestros novelistas, es el haber utilizado elementos extraños, convencionales, impuestos por la moda, prescindiendo por completo de los que la sociedad nacional y coetánea les ofrece con extraordinaria abundancia. Por eso no tenemos novela; la mayor parte de las obras que con pretensiones de tales alimentan la curiosidad insaciable de un público frívolo en demasía, tienen una vida efímera determinada sólo por la primera lectura de unos cuantos millares de personas, que únicamente buscan en el libro una distracción fugaz o un pasajero deleite. Es imposible que en país alguno ni en ninguna época se haga un ensayo más triste y de peor éxito, que el que los Españoles hacen de algunos años a esta parte para tener novela. En vano algunos editores diligentes han acometido la empresa con ardor, empleando en ello todos los recursos de la industria librera; en vano las Revistas y las publicaciones periódicas más acreditadas, han tratado de estimular a la juventud, prefiriendo algunas obras muy débiles de escritores nuestros, a las extranjeras, relativamente muy buenas; en vano la Academia ofrece un premio pecuniario y honorífico a una buena novela de costumbres. Todo es inútil. Los editores han inundado el país de un fárrago de obrillas, notables sólo por los colorines de sus lujosas cubiertas; la prensa tiene que recurrir de nuevo a su sistema de traducciones; y raras veces llega al recinto de la Academia un manuscrito de mediano precio, pudiendo asegurarse que no pecan de severos los inmortales de la calle de Valverde al escatimar el premio mayor con una prudencia casi sistemática.

Este fenómeno es singular atendiendo a lo que la poesía lírica ha producido en este siglo, y el brillante período del teatro contemporáneo. Pero tal vez se encuentre una explicación satisfactoria fijándose en la especialísima índole de la novela de costumbres, y relacionándola con nuestro carácter y nuestra educación literaria.

Las personas dadas a la investigación, explican esto diciendo: los Españoles somos poco observadores y carecemos por lo tanto de la principal virtud para la creación de la novela moderna. La fantasía andaluza y castellana, que ha creado la más rica poesía popular que existe en la civilización cristiana, la literatura mística, y el gran teatro del siglo XVII, es completamente incapaz para el caso. Hemos hecho algo en la novela romántica, que ya está mandada recoger, y en la legendaria y maravillosa cuyo prestigio desciende ya notablemente; pero la novela de verdad y de caracteres, espejo fiel de la sociedad en que vivimos, no está vedada. El lirismo nos corroe, digámoslo así, como un mal crónico e interno, que ya casi forma parte de nuestro organismo. Somos en todo unos soñadores que no sabemos descender de las regiones del más sublime extravío, y en la literatura como en política, nos vamos por esas noves montados en nuestros hipogrifos, como si no estuviéramos en el siglo XIX y en un rincón de esta vieja Europa, que ya se va aficionando mucho a la realidad.

Cierto es esto: somos unos idealistas desaforados, y más nos agrada imaginar que observar. Bien se está viendo que no hay gente menos práctica en toda especie de asuntos que esta buena gente española, que tanto ha dado que hacer al mundo en tiempos lejanos, y en las letras no es en donde menos se refleja esta disposición especial de nuestros espíritus. Sin embargo, puede asegurarse que en este punto la citada disposición es más bien accidental, hija sin duda de condiciones del tiempo, que innata y característica. Examinando la cualidad de la observación en nuestros escritores, veremos que Cervantes, la más grande personalidad producida por esta tierra, la poseía en tal alto grado, que de seguro no se hallará en antiguos ni modernos quien le aventaje, ni aun le iguale. Y en otra manifestación del arte, ¿qué fue Velázquez sino el más grande de los observadores, el pintor que mejor ha visto y ha expresado mejor la naturaleza? La aptitud existe en nuestra raza; pero sin duda esta degeneración lamentable en que vivimos, nos la eclipsa y sofoca. Hay que buscar la causa del abatimiento de las letras y de la pobreza de nuestra novela en las condiciones externas con que nos vemos afectados, en el modo de ser de esta sociedad, tal vez en el decaimiento del espíritu nacional o en las continuas crisis que atravesamos y que no nos han dado un punto de reposo. La novela es un producto legítimo de la paz: contrario de la literatura heroica y patriotera, no se cría sino en los períodos de serenidad, y en nuestros tiempos rara es la pluma que no se ejercita en las contiendas políticas. No se espere hoy de los grandes ingenios otra cosa que diatribas muy bellas.

Hay además el gran inconveniente de las circunstancias tristísimas de la literatura considerada como profesión. Domina en nuestros pobres literatos un pesimismo horrible. Hablarles de escribir obras serias y concienzudas de puro interés literario, es hablarles del otro mundo. Todos ellos andan a salto de mata, de periódico en periódico, en busca del necesario sustento, que encuentran rara vez; y la mayor recompensa y el mejor término de sus fatigas es penetrar en una oficina, panteón de toda gloria española. Todos reposan su cabeza cargada de laureles sobre un expediente; y el infeliz que no acepta esta solución, y se empeña a ser literato a secas, viviendo de la pluma, bien podría ser canonizado como uno de los más dignos mártires que han probado las amarguras de la vida en este valle de lágrimas.

Entre tanto, por más que digan, aquí se lee mucho, y se lee de todo, política, literatura, poesía, artes, ciencias, y sobre todo, novela. Pero esta gente que lee, estos Españoles que gustan de comprar una novela y la devoran de cabo a rabo, estimando de todo corazón al ingenio que tal cosa produjo, se abastece en un mercado especial. El pedido de este lector especialísimo es lo que determina la índole de la novela. Él la pide a su gusto, la ensaya, da el patrón y la medida; y es preciso servirle. Aquí tenemos explicado el fenómeno, es decir, la sustitución de la novela nacional de pura observación, por esa otra convencional y sin carácter, género que cultiva cualquiera, peste nacida en Francia, y que se ha difundido con la pasmosa rapidez de todos los males contagiosos. El público ha dicho: “Quiero traidores pálidos y de mirada siniestra, modistas angelicales, meretrices con aureola, duquesas averiadas, jorobados románticos, adulterios, extremos de amor y de odio”, y le han dado todo esto. Se lo han dado sin esfuerzo, porque estas máquinas se forjan con asombrosa facilidad por cualquiera que haya leído una novela de Dumas y otra de Soulié. El escritor no se molesta en hacer otra cosa mejor, porque sabe que no se la han de pagar; y esta es la causa única de que no tengamos novela. El género literario en que se ocupan con algún resultado nuestros desdichados literatos, y el que sostiene algunas pequeñas industrias editoriales, es el de la novela de impresiones y movimiento, cuya lectura ejerce una influencia tan marcada en la juventud del día, reflejándose en nuestra educación y dejando en nosotros una huella que tal vez dura toda la vida.

La verdad es que existe un mundo de novela. En todas las imaginaciones hay el recuerdo, la visión de una sociedad que hemos en conocido en nuestras lecturas: y tan familiarizados estamos con ese mundo imaginario que se nos presenta casi siempre con todo el color y la fijeza de la realidad, por más que las innumerables figuras que los constituyen no hayan existido jamás en la vida, ni los sucesos tengan semejanza ninguna con los que ocurren normalmente entre nosotros. Así es que cuando vemos un acontecimiento extraordinariamente anómalo y singular, decimos que parece cosa de novela; y cuando tropezamos con algún individuo extremadamente raro, le llamamos héroe de novela, y nos reímos de él porque se nos presenta con toda extrañeza e inusitada forma con que le hemos visto en aquellos extravagantes obras. En cambio cuando leemos las admirables obras de arte que produjo Cervantes y hoy hace Carlos Dickens, decimos: “¡Qué verdadero es esto! Parece cosa de la vida, Tal o cual personaje, parece que le hemos conocido.” Los apasionados de Velázquez se han familiarizado de tal modo con los seres creados por aquel grande artista, que creen haberlos conocido y tratado, y se les antoja que van Esopo, Menipo y el Bobo de Coria andando por esas calles mano a mano con todo el mundo.

Parte II

Parte III

Parte IV

Observaciones sobre la novela contemporánea en España (II)

II En la novela de impresiones y de movimiento, destinada sólo a la distracción y deleite de cierta clase de personas, se ha hecho aquí cuanto había que hacer, inundar la Península de una plaga desastrosa, haciendo esas emisiones de papel impreso, que son hoy la gran conquista del comercio editorial. La entrega, que bajo el punto de vista económico es una maravilla, es cosa terrible para el arte. Es como la aplicación del periódico a toda clase de manifestaciones literarias, y expresa una tendencia de nuestro siglo, la tendencia a aceptar para todo el sistema inglés de los muchos pocos, que aquella buena gente sabe aplicar a todo. Como quiera que sea, los recursos de publicidad aumentan considerablemente con la entrega, El libro, dividido de este modo, penetra hoja por hoja en todos los hogares, y es accesible a las fortunas más modestas. No vituperamos todavía ese sistema; porque el mal no está en él. Como excelente medio de propagación la entrega ha podido difundir lo malo y darle una extraordinaria circulación con la rapidez y la ubicuidad del periódico. No ha absorbido todo el público la clase de novelas de que hemos hablado. Siempre hay un pequeño número de lectores para los ensayos que en otros géneros se han hecho. También aquí se ha intentado crear una novela de salón; pero es una planta ésta difícil de aclimatar. Verdad es, que por lo general, valen poco las producciones de esta clase, que no son sino imitaciones muy pálidas y muy mal hechas de la literatura francesa de boudoir. A esto contribuye en gran parte el afrancesamiento de nuestra alta sociedad, que ha perdido todos los rasgos característicos. Ya desde principios del siglo pasado, la reforma de la etiqueta, la venida de los Borbones, la irrupción de la moda francesa, comenzaron a desnaturalizar nuestra aristocracia. En el presente siglo aún existía un resto de aquellas costumbres caballerescas de la antigua nobleza; la parte principal del reinado de Fernando VII fomentó en ella su innata afición a los toros y a los frailes, al paso que le hacía perder sus cualidades seculares de noble orgullo y exagerado pundonor; y por fin, la mayor cultura de la presenta época, la educación literaria recibida por casi todos los jóvenes de alta alcurnia, ha modificado completamente la clase, alejándola de aquel vicioso y rancio españolismo que fue una degeneración de la primitiva caballerosidad castellana. Hoy la aristocracia no es aventurera, ni petulante, ni idólatra de los toros, ni mogigata. Es una clase perfectamente reconciliada con el espíritu moderno; que ayuda a impulsar más bien que entorpecer el movimiento de la civilización, y vive tan tranquila y pacífica en medio de una sociedad que ya no domina y dirige, contenta de su papel, contribuyendo a la vida colectiva con lo que su influencia y su poder le permita, alternando con todos nosotros durante el día y retirándose por la noche allá al recinto de sus salones, donde penetran ya toda clase de mortales. Por lo demás, los amantes de los pintoresco y lo característico encontrarán a esta aristocracia un poco vulgar: la adopción del ritual francés para todas sus ceremonias, el continuo uso de aquella lengua y de sus fórmulas de cortesía, la afición, mejor dicho, el delirio por los viajes elegantes ha rematado esta obra de nivelación, asimilando a todos los nobles de la tierra. Por eso la novela de salón, de una tendencia puramente elegante y de sport, es entre nosotros una flor exótica y de efímera existencia. Además, el círculo de la alta sociedad es estrecho; nos interesa poco lo que hace esa buena gente allá en sus encantados retiros; es verdad que la pasión suele presentarse en ella con bríos extraordinarios, dando origen a sucesos de gran interés y novedad. Es verdad que hay allá arriba vicios trascendentales (vulgarmente) que no son distintos de los vicios de aquí abajo (aunque no mayores como se cree), y que son un gran elemento de arte ridiculizados o corregidos con habilidad, pero, o nuestros novelistas no saben tratar el asunto, o no han tenido el acierto de ser un poco más generales, poniendo en contacto y en relación íntima, como están en la vida, todas las clases sociales. La novela, el más complejo, el más múltiple de los géneros literarios, necesita un círculo más vasto que el que le ofrece una sola jerarquía, ya muy poco caracterizada; se asfixia encerrada en la perfumada atmósfera de los salones, y necesita otra amplísima y dilatada, donde respire y se agite todo el cuerpo social. La novela popular es la que únicamente ha sido cultivada con algún provecho, sin duda por las tradiciones de nuestra novela picaresca, cuyos caracteres y estilo están grabados en la mente de todos. Es más fácil retratar al pueblo, porque su colorido es más vivo, su carácter más acentuado, sus costumbres más singulares, y su habla más propia para dar gracia y variedad al estilo. En el pueblo urbano, muy modificado ya por la influencia de la clase media, sobre todo en las grandes ciudades, la dificultad es mayor. Los nuevos elementos ingeridos en la sociedad por las reformas políticas, la pasmosa propagación de ciertas ideas que van penetrando en las últimas jerarquías, la facilidad con que un pueblo dócil y de vivísima imaginación como el nuestro acepta ciertas costumbres, hacen que sea más difícil y complicada la tarea de retratarlo. El pueblo de Madrid es hoy muy poco conocido: se le estudia poco, y sin duda el que quisiera expresarlo con fidelidad y gracia, hallaría enormes inconvenientes y necesitaría un estudio directo y al natural, sumamente enojoso. Se equivoca el que cree encontrar a ese pueblo en las obras de Mesonero Romanos. El buen Curioso Parlante se quejaba de que hubiesen desaparecido las manolas, los chisperos, los covachuelistas, los lechuguinos, los antiguos barberos: él fue un pintor concienzudo de los nuevos tipos que produjo la transformación de la sociedad hace treinta años; y tal vez estaría muy lejos de creer el ilustre madrileño, que bien pronto desaparecería también aquella falange de personajes que él vio nacer y que observó con singular maestría. Ya todo es nuevo, y la sociedad de Mesonero nos parece casi tan antigua como la de las antiguas fábulas, como la categoría de los rufianes, buscones, necios, corchetes, gariteros, hidalguillos y toda la gentuza que inmortalizó Quevedo. En la novela de costumbres campesinas, Fernán Caballero y Pereda han hecho obritas inimitables. El primero ha pintado la buena gente de los pueblos de Andalucía con suma gracia y sencillez, retratando la natural viveza y espontaneidad de aquella noble raza. Sólo se bastardea y malogra su ingenio cuando quiere salir del breve círculo del hogar campestre. Fernán Caballero cae por tierra desde que quiere elevarse un poco, y nada hay más pobre que su criterio,  ni más triste que su filosofía bonachona, afectada de una mogigatería lamentable. Pereda es un pintor muy diestro: sus Escenas Montañesas sin pequeñas obras maestras, a que está reservada la inmortalidad. ¡Lástima que sea demasiado local y no procure mostrarse en esfera más ancha! El realismo bucólico y la extraña poesía de que debe revestir a sus interesantes patanes, no pueden realizar por completo la aspiración literaria de hoy. Es aquello muy particular, y expresa una sola faz de nuestro pueblo. Es un horizonte más vasto, aquel ingenio tan observador y perspicaz haría cosas inimitables, satisfaciendo esa secreta aspiración de toda gran sociedad a manifestarse en forma artística, produciendo una expresión o remedo de sí misma. Parte I Parte II Parte III Parte IV

Observaciones sobre la novela contemporánea en España (III)

III Pero la clase media, la más olvidada por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser la expresión de cuanto bueno y malo existe en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban las familias. La grande aspiración del arte literario es dar forma a todo esto. Hay quien dice que la clase media en España no tiene los caracteres y el distintivo necesarios para determinar la aparición de la novela de costumbres. Dicen que nuestra sociedad no tiene hoy la vitalidad necesaria para servir de modelo a un gran teatro como el del siglo XVII, ni es suficientemente original para engendrar un período literario como el de la moderna novela inglesa. Esto no es exacto. La sociedad actual, representada en la clase media, aparte de los elementos artísticos que necesariamente ofrece siempre los inmutable del corazón humano y los ordinarios sucesos de la vida, tiene también en el momento actual, y según la especial manera de ser con que la conocemos, grandes condiciones de originalidad, de colorido, de forma. Basta mirar con alguna atención el mundo que nos rodea para comprender esta verdad. Esa clase es la que determina el movimiento político, la que administra, la que enseña, la que discute, la que da al mundo los grande innovadores y los grandes libertinos, los ambiciosos de genio y las ridículas vanidades: ella determina el movimiento comercial, una de las grandes manifestaciones de nuestro siglo, y la que posee la clave de los intereses, elemento poderoso de la vida actual, que da origen en las relaciones humanas a tantos dramas y tan raras peripecias, En la vida exterior se muestra con estos caracteres marcadísimos, por ser ella el alma de la política y del comercio, elementos de progreso, que no por serlo en sumo grado han dejado de fomentar dos grandes vicios en la sociedad, la ambición desmedida y el positivismo. El mismo tiempo, en la vida doméstica, ¡qué vasto cuadro ofrece esta clase, constantemente preocupada por la organización de la familia! Descuella en primer lugar el problema religioso, que perturba los hogares y ofrece contradicciones que asustan; porque mientras en una parte la falta de creencias afloja o rompe los lazos morales y civiles que forman la familia, en otros produce los mismos efectos el fanatismo y las costumbres devotas. Al mismo tiempo se observa con pavor los estragos del vicio esencialmente desorganizador de la familia, el adulterio, y se duda si esto ha de ser remediado por la solución religiosa, la moral pura, o simplemente por una reforma civil. Sabemos que no es el novelista el que ha de decidir directamente estas graves cuestiones, pero sí tiene la misión de reflejar esta turbación honda, esta lucha incesante de principios y hechos que constituye el maravilloso drama de la vida actual. No ha aparecido en España la gran novela de costumbres, la obra vasta y compleja que ha de venir necesariamente como expresión artística de aquella vida. Sin duda, las circunstancias de estos días no le son favorables, como antes hemos dicho, por ser un producto natural y espontáneo de los tiempos serenos; pero es inevitable su aparición, y hoy tenemos síntomas y datos infalibles para presumir que sea en un plazo no muy lejano. La aspiración de la sociedad actual a exteriorizarse, se manifiesta ya con alguna energía en el sin número de cuadros de costumbres que han visto la luz en los últimos años. De este modo se inician los grandes períodos de la literatura novelesca, que no llega a producir sus grandes y más preciados frutos sino después de una lenta y laboriosa prueba. De estos cuadros de costumbres que apenas tienen acción, siendo únicamente ligeros bosquejos de una figura, nace paulatinamente el cuento, que es aquel mismo cuadro con un poco de movimiento, formando un organismo dramático pequeño, pero completo en su brevedad. Los cuentos breves y compendiosos, frecuentemente cómicos, patéticos alguna vez, representan el primer albor de la gran novela, que se forma de aquéllos, apropiándose sus elementos y fundiéndolos todos para formar un cuerpo multiforme y vario, pero completo, organizado y uno, como la misma sociedad. Es España, la producción de esas pequeñas obras es inmensa. La prensa literaria se alimenta de eso, y menudean las colecciones de cuentos, de artículos y de cuadros sociales. Hay mucho de vulgar y mediano en estas composiciones; pero el que siga con interés el movimiento literario habrá tenido ocasión de observar lo que hay de bueno entre la muchedumbre de obritas de este género. Las que más boga han alcanzado son los Proverbios Ejemplares, de D. Ventura Ruiz Aguilera, colección de pequeñas novelas, muy apreciables y bellas particularmente, además del mérito y la importancia que tienen en su conjunto como pintura general de nuestra sociedad. Estos cuentos, en que se desarrolla el sentido moral de un adagio popular, son tan breves y conceptuosos, que jamás cansa su lectura: son cuadros hechos a cuatro rasgos, y ocupando sólo el espacio necesario para sus escasas figuras; no hay en ellos digresiones ni superfluidades, porque su índole exige la forma más concreta, pudiendo decirse, por la intención que encierran y lo sencillo de su organismo, que son verdaderos apólogos. Algunos, sobre todo los cómicos, no son otra cosa que epigramas en grande escala. Mas no por ser breves los cuentos que la forman deja de ser muy vasto el mundo que vive y se agita en esta colección de proverbios. Allí estamos todos nosotros con nuestras flaquezas y nuestras virtudes retratados con fidelidad, y puestos en movimiento en una serie de sucesos que no son ni más ni menos que estos que nos están pasando ordinariamente uno y otro día en el curso de nuestra agitada vida. La índole de la obra no permitía utilizar demasiado el elemento patético, siendo casi siempre lo cómico el principal recurso que el autor emplea para su fin. El Castigat ridendo, es el principio que se ha tenido en cuenta, aunque suele haber mucha seriedad en todas las soluciones. Por lo general, domina en todo ellos una calma de espíritu imperturbable, y su lectura produce el efecto de una conversación discreta y sana con personas de extremada bondad, porque la filosofía que encierran no tiene la severidad agresiva del moralista dogmático, ni ese pesimismo doloroso de nuestros escépticos de hoy, que no saben enseñar verdad alguna que no sea muy amarga y nos quitan una esperanza y un consuelo en cada lección que nos dan. A una gran viveza de color en los retratos se une un tacto especial para escoger sólo las figuras necesarias, la más característica, sin usar segundos términos ni cosa alguna que esté de más; así es que los personajes se graban en la memoria del lector con gran viveza. Los hechos son los más naturales de la vida, verificándose siempre con la más estricta lógica, cualidad que, unida al interés, constituye el secreto de la buena novela. Ya estamos cansados de las situaciones difíciles, penosas y violentas, que suelen hacer efecto en el teatro, pero que son intolerables en el libre, donde el campo es más vasto, la ficción más fácil, y por consiguiente menos llevaderas las licencias de esa naturaleza. Ya hemos dicho cuán serena y dulce es la filosofía que inspiran estos sencillos cuentos; pues esta serenidad, esta apacible calma del justo se refleja en la naturalidad del relato, en la sencillez de la invención, en el fácil artificio del diálogo. En cuanto al estilo, Los Proverbios encierran preciosísimo tesoro de locuciones populares que vemos con disgusto desaparecer poco de nuestro lenguaje literario. Conviene que el movimiento y las transformaciones de una lengua, indicados por el movimiento de la vida de los pueblos, no sea tal que haga poner en olvido ciertos modos de decir que constituyen uno de los principales tesoros de nuestra lengua. En esto el Sr. Aguilera ha sabido sacar partido del inmenso caudal de frases, dichos, refranes y modismos que posee, poniéndolos en boca del pueblo con mucho donaire y oportunidad; y si estas novelitas no tuvieran el encanto de su sencillo e ingenioso artificio, la exactitud y gracia de las pinturas, sería suficiente motivo para darles valor la circunstancia de ser un archivo de curiosidades lingüísticas que nos interesan y seducen, no sólo por ser bellas y pintorescas, sino por ser raras y estar exhumadas con una solicitud digna de imitación. Parte I Parte II Parte III Parte IV

Observaciones sobre la novela contemporánea en España (IV)

IV Ya hemos dicho que el mundo de los Proverbios, los mismo que el de los Ejemplares, que el de los Cómicos, publicado recientemente, es el que formamos todos nosotros en la vida ordinaria y real. De la clase media han salido todos aquellos caballeros y señoras, y aunque también vemos alguna gente del pueblo, tal y cual aristócrata, considerada en conto la colección, estos tipos parece como de segundo término; o completamente ripiosos, si no es permitido decirlo. En aquella sociedad imaginaria domina la clase que domina en la real, y el punto de vista para tan vasto cuadro ha sido el de este círculo en que todos vivimos, círculo formado por nuestros amigos, nuestros conocidos, una multitud de personas que vemos perfectamente y no conocemos, otras tanto de quienes hemos oído contar pestes, muchas de quienes se cuentan maravillas, otras de que nos reímos con buenas ganas, la muchedumbre de los que quieren engañarnos, la falange de los señalamos con el dedo como una notabilidad social, la jerarquía de los extravagantes, la familia de los tontos, en fin, la serie inacabable de los fulanos, la figura del prójimo personificado, el fellow de los ingleses. Todos son individuos y a todos los veremos por esas calles con sus levitas y sus sombreros tan lejos de pensar que son un gran elemento de arte, y unos modelos de gran precio. Los vicios y virtudes fundamentales que engendran los caracteres y determinan los sucesos son también estos de por acá. Nada de abstracciones, nada de teorías; aquí sólo se trata de referir y de expresar, no de desarrollar tesis morales más o menos raras, y empingorotadas; sólo se trata de decir lo que somos unos y otros, los buenos y los malos, diciéndolo siempre con arte. Si nos corregimos, bien; si no, el arte ha cumplido su misión, y siempre tendremos delante aquel espejo eterno reflejador y guardador de nuestra fealdad. Los vicios, decíamos, son los que andan sueltos por estas tierras, hallándose por lo general en gran predicamento y teniendo mucho dominio entre nosotros. La vanidad, por ejemplo, tiene en los Proverbios, un punto tan importante como en la vida: aquí se halla en todas partes, todos la tenemos en mayor o menor grado, y casi puede asegurarse que este vicio es uno de los que más participación tienen en el movimiento moderno. Este gran siglo en el que hemos nacido nos ha traído tantas cosas buenas, que se le puede perdonar todo. Él nos ha traído la participación de todos en la vida pública, ha reconstituido el ser humano con la noción de la dignidad, del mérito personal, y, como ha traído la justicia de la gloria, como nos da a todos la seguridad de que si valemos hemos de ser apreciados, como nos abre el camino y nos paga con la estimación general, si la merecemos, de aquí el que todos queramos ser algo superior a los demás, distinguirnos de cualquier modo. Si no podemos hacerlo con buenas y grandiosas acciones, lo hacemos con un título, con un nombre, con una cinta y otra fórmula convencional. Somos muy vanidosos, pero este vicio es una pequeña sombra proyectada por las grandes excelencias de nuestra época. Todos los grandes progresos traen su cortejo de pequeñas flaquezas. La participación de todos en la vida pública, la seguridad que tiene el individuo de influir personalmente en la suerte de la sociedad, esto que es la mayor de las conquistas, ¿no ha de ser causa de que todos nos creamos ya con un pie en el templo de la fama, y de que tengamos ambición, a veces infundada, y de que procuremos, en cuanto nos sea posible, intervenir más que los demás, hacer prevalecer nuestra opinión, y rodear de todo el prestigio posible a nuestra querida persona? Esto es un pequeño mal que va fatalmente unido al resultado de un inmenso bien. Vaya otro ejemplo. El gran progreso de la industria ha hecho que una infinidad de productos de arte, objetos bellos y de valor que estaban reservados a las clases altas y poderosas, le son hoy accesibles a todas las clases; y si los objetos de gran valor intrínseco do pueden hoy ser adquiridos por las personas de modesta fortuna, en cambio la facilidad de la producción, el acierto con que se aplica el arte de la industria, ha dado origen a las cosas elegantes que están al alcance de todos. Pues bien: no es extraño que esta maravilla realizada en nuestro siglo haya fomentado el vicio de la presunción, y que este mal se haya propagado, causando muchos grandes disturbios en el seno de la familia. La vanidad en las mujeres, el lujo en el vestir es hoy uno de los males de que más se preocupa la categoría de los maridos trabajadores y modestos. Pero no disertemos más, y volvamos a los Proverbios, en cuya primera página está la familia de Lozano, que es uno de esos pobres maridos que están dados al demonio por las vanidades de su mujer. Verdad es, que él es un infeliz como muchos que conocemos. Está dominado por ella, y apenas puede levantar el gallo en la casa, porque la señora es una ortiga, y tan amante de lo elegante y lo lujoso, que pone a su esposo al borde del abismo y da origen a muy graves disturbios. En este proverbio, titulado Al freír será el reír, cuadro es animado y vivísimo: la señora aquella, el bueno de Lozano, la hija y las tres jóvenes modestas que trabajan en una boardilla y son el polo opuesto de la consabida Doña Isabel, forman un hermoso y artístico grupo. Otra presuntuosa de gran calibre, aunque de diversa índole, es Julia, jovencita, soltera, nacida en un pueblo y educada en Salamanca. Todo su empeño consiste en hacer olvidar que es lugareña, y darse un aire de dama que deprime y hiere la delicadeza de los pobres charros sus compatriotas. Además es envidiosa y embustera, es decir, lo último que puede ser una mujer, lo cual, unido a una singular belleza, forman esos demonios con falda que ya han martirizado y consumido bastante a la desdichada humanidad. Éste es el proverbio A moro muerto gran lanzada. Pero en materia de presunción, la más cómica y la más interesante, por ser la más general, es la de Próspero (proverbio cómico ¿De dónde le vino al garbanzo el pico?). Este caballerito es un tipo madrileño de los que con más abundancia tenemos aquí; es el politicastro ramplón y vanidoso que se encarama y se hace persona notable por la sola fuerza de la osadía y la falta absoluta de vergüenza. Esta polilla se ha generalizado mucho, aunque ya casi puede decirse que va siendo extirpado por el desprecio general. Todo el mundo conoce a esos individuos que por medio de la adulación y de la injuria llegan a ocupar altos puestos y a influir en los destinos de un país demasiado generoso y benévolo con ellos. Pues el tal Próspero es uno de esos entes que encontramos a cada paso en la Carrera de San Jerónimo, y que a nuestro paso nos saludan con una sonrisa de protección, o se pavonean muy orondos, volviendo la cara para evitar nuestra presencia. Y ¿qué hemos de decir de otro vanidoso descomunal, de D. Ciriaco Salido, estimable indiano que va a su pueblo a avergonzar a sus paisanos y darse tanto lustre como si trajera en el baúl todas las onzas que había producido Cuba desde la conquista? Este otro tipo de presunción (proverbio cómico Cada cuba huele al vino que tiene), es muy distinto: es el buen paleto montañés que ha puesto una taberna en la Habana, y ha traído unos ahorrillos que le permiten aspirar a la mano de la chica más encopetada del pueblo, mirar con desdén a todo el mundo y cometer las más extravagantes groserías, que a él le parecen donaires y agudezas. También es digno de llamar la atención otro pequeño vanidoso, pero inocente y sencillo, el desdichado Ricardillo de Herir por los mismos filos, que es víctima de esa encantadora presunción de las madres, que a veces por querer que sus hijos vayan como unos príncipes y lleven lo más raro y sobresaliente, hacen de ellos unos estupendos mamarrachos, de que se ríe todo el mundo. Pero entre todas esas figuras descuella el barón de la Esperanza, insigne personaje de la más cómica gravedad que puede existir en la tierra. Puede ser clasificado en la familia de los tontos rematados, de esos que no tienen atadero, y de tal modo se las componen en sus relaciones sociales, que son despreciados hasta por las personas de menor cultura. El barón de la Esperanza (Mi marido es tamborilero…) es un tipo que abunda en Madrid casi más que el del politicastro a los Próspero; es la última expresión de la vagancia vergonzante. Como su orgullo es atroz, su entendimiento escaso, y su hambre mucha, discurre los medios más extraños para salir de tan aflictivo estado, tratando al fin de embaucar a una honrada familia de la calle de Toledo, familia comerciante, cuyo jefe es D. Pablo No, el más astuto de los tenderos de ultramarinos. Pero el hambriento barón, que anda a caza de una dote, encuentra en su proyectado suegro toda la tenacidad negativa que su lacónico apellido indica. Todos los incidentes de este cuento, uno de los mejores de la colección, son muy chistosos, porque las innumerables trampas del barón y las simplezas de su criado gallego, con honores de intendente, ponen al hombre en frecuentes y grandes apuros.…

[Artículo] Una influencia balzaciana en los «Episodios nacionales» de Benito Pérez Galdós, de Aristídes G. Paradissis

Se suele hablar de manera más o menos generalizada de la influencia de Balzac sobre Pérez Galdós, pero esta influencia no se observa tan fácilmente en las obras individuales del gran realista español. Estudiar la conexión entre obras particulares de los dos novelistas no equivale a negar la originalidad del amplio genio de Pérez Galdós, y ya se han analizado los paralelismos que se encuentran en Miau y Les employés. En esta investigación se trata de sugerir una fuente literaria posible de un Episodio nacional de la Tercera Serie, La estafeta romántica, fechada en 1899

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[Artículo] Don Quijote y Napoleón en los Episodios Nacionales de Galdós, de Diane F. Urey

Desde su incepción en 1873 los 46 Episodios nacionales de Galdós nosexigen confrontar las diversas y problemáticas relaciones entre el textoescrito y el lector. Comenzando con las primeras páginas de la PrimeraSerie vemos las interconecciones enredadas entre el discurso histórico yel discurso ficcional. Los 10 volúmenes de la Primera Serie tratan delprotagonista y narrador Gabriel Araceli que recuerda su juventud yescribe su vida durante la Batalla de Trafalgar y la Guerra de Independencia. Tan central a la narrativa como la descripción de hechoshistóricos y la urdimbre del trama ficcional es su enfoque en el acto derecordar, el empeño de la imaginación de recrear una realidad pasada.Este enfoque textual en el proceso de la (re)creación escrita constituyeuna autocrítica de su propio método discursivo, la base del texto mismo.Por medio de dicha autocrítica los primeros episodios de Galdós ofrecenuna desmitificación profunda de las versiones legendarias de la épocanapoleónica en España, del ser perceptor, sea narrador o lector, y delproceso de la escritura. Gabriel no sólo sirve como actor y narrador desu texto, sino como espejo del lector; él, con nosotros, aprende queambos su identidad (ficcional) y la identidad de España (histórica) sonartificios de un lenguaje sumamente artificioso.

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[Artículo] América de Galdós, de Carlos García Barrón

La bibliografía sobre Galdós es, como todos sabemos, extensa, mas hay una importante laguna que no ha sido suficientemente estudiada. Me refiero al análisis del pensamiento de Galdós sobre América. Intentaré en este trabajo trazar el hilo conductor del tema a lo largo de la obra galdosiana para centrarme en uno de sus Episodios nacionales, La vuelta al mundo en la Numancia, donde pienso se refleja con mayor claridad el sentir de don Benito.

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[Artículo] Historia y literatura en un texto de Benito Pérez Galdós, de Alicia G. Andreu

A principios de 1906, Benito Pérez Galdós escribe la Vuelta al mundo en la ‘Numancia’, perteneciente a la Cuarta Serie de sus Episodios Nacionales. En él, Galdós representa un incidente conocido en las relaciones entre España y el Perú con el nombre del ‘Combate del 2 de mayo’, por haberse llevado a cabo en esta fecha en 1866. El propósito de este trabajo es el de analizar la representación de este acontecimiento histórico en el Episodio con el fin de demostrar cómo Pérez Galdós participa de una corriente crítica de renovación que hoy en día ha venido desembocando en los postulados de la ‘nueva historiografía’.

https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/12/aih_12_4_009.pdf…

[Artículo] «Spain go home». Pensamientos intempestivos sobre el tema de América en Galdós, de Gabriel Cabrejas

Por mucho que se explore en el Corpus completo de Galdós novelista, las referencias a América durante el siglo crucial en que se suscitó la desintegración del Imperio, como pérdida paulatina de las colonias de ultramar, virtualmente escasean. Quizás los implícitos, la ausencia, adquieran en este contexto mayor significado que cualquier comentario histórico expreso.

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[Artículo] La atracción del abismo en Galdós: el suicidio en la Estafeta romántica, de Sara Cosano Laguna

La consideración del suicidio ha variado en gran medida dependiendo del período histórico. Con independencia de las interpretaciones sociales, los artistas y los poetas de todas las épocas han sentido la necesidad de plasmar este interés en sus obras. Los distintos planteamientos acerca de esta inquietud común son, sin duda, lo más interesante, de tal manera que la expresión es tan relevante como lo expresado.

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