2012

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[Artículo] Galdós y Baroja, de Joaquín Casalduero

Con frecuencia se recuerda la actitud de Unamuno respecto a Galdós a la muerte de éste, en 1920, y a eso se añaden algunos textos de Baroja. Seria necesario que alguien recogiera lo escrito sobre Galdós por la generación del 98. Veriamos el desarrollo de esta relaci6n. Al margen de ese estudio, tan fácil como fútil, habria que emprender otro en el cual se mostrara la huella del autor de Marianela en la novelística posterior.

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Fuente original del artículo: http://bmmoser.myweb.usf.edu/shared/Fall2011/Scharm/Investigacion%20Baroja%20y%20Gald%F3s/Casalduero%20–%20Baroja%20&%20Galdos.pdf…

La muerte de Benito Pérez Galdós. Artículo de Manuel Herrera y crónica del diario ABC

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Fuente original del artículo: http://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/la-muerte-y-la-tumba-de-benito-prez-galds-0/

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Fuente: Hemeroteca del diario ABC, edición del 6 de enero de 1920. http://hemeroteca.abc.es/…

[Artículo] Galdós y la reaparición de personajes: las Porreño, Garrote y Coletilla, de Joaquín Casalduero

No sólo utiliza Galdós la reaparición de personajes; cambia a veces también lo que de su vida nos había referido. Voy a ocuparme ahora especialmente de la reaparición de algunos caracteres que se presentan por primera vez en La Fontana: de las Porreño y del odioso Coletilla.

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Fuente original del artículo: http://digitalcommons.unl.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1058&context=modlangspanish…

[Vídeo] «Misericordia», adaptación teatral de Alfredo Mañas a partir de la novela de Galdós

Alfredo Mañas nace en Ainzón (Zaragoza), en 1927. En Barcelona entra en contacto con autores como Goytisolo y Manegas. En 1954 estrena en París “La feria de Cuernicabra”, obteniendo un rotundo éxito que repetiría con “La historia de los Tarantos” (1962), una visión desgarrada de la sociedad española. Su versión teatral de “Misericordia”, de Galdós, fue recibida por la crítica como un hito de la escena en nuestro país. Realizó también memorables adaptaciones de García Lorca como “Mariana Pineda” y “La zapatera prodigiosa”. Paralela a su labor de dramaturgo desarrolla también una labor como guionista de cine y actor. Es padre del actor y director de cine Achero Mañas. Fallece en Madrid, el 18 de enero de 2001.

Fuente: http://www.xn--espaaescultura-tnb.es/es/artistas_creadores/alfredo_manas.html

httpv://www.youtube.com/watch?v=Jze_uGPGo28&feature=related…

Soñemos, alma, soñemos

«Soñemos, alma, soñemos», ensayo de noviembre de 1903 publicado por Benito Pérez Galdós en el primer número de Alma española.

 

Soñemos, alma, soñemos


Aprendamos, con lento estudio, a conocer lo que está muerto y lo que está vivo en el alma nuestra, en el alma española. Aprendámoslo aplicando el oído al palpitar de estos enojos que reclaman justicia, equidad, orden, medios de existencia. Apliquemos todos los sentidos a la observación de los estímulos que apenas nacen se convierten en fuerzas, de los desconsuelos que derivan lentamente hacia la esperanza, de la gestación que actúa en los senos del arte, de la industria, de la ciencia… Observemos cómo el pensamiento trata de buscar los resortes rudimentarios de la acción, y cómo la acción tantea su primer gesto, su primer paso.

Al examinar lo que caducó y lo que germina en el alma nuestra, observemos la triste ventaja que da la tradición a las ideas y formas de la vieja España. Las diputamos muertas, y vemos que no acaban de morirse. Las enterramos y se escapan de sus mal cerradas tumbas. Cuando menos se piensa, salen por ahí cadáveres que nos increpan con voz estertorosa, y arremeten con brío y dureza de huesos sin carne contra todo lo que vive, contra lo que quiere vivir: defendámonos. Respetando lo que la tradición tenga de respetable, rechacemos el espíritu mortuorio que en buena parte de la Nación prevalece aún, «dilettantismo» del morir y de toda destrucción. Tengamos propósito firme de adquirir vida robusta y de creer con todo el vigor y salud que podamos. Declaremos que es innoble y fea cosa el vivir con media vida, y procuremos arrojar del alma todo resabio ascético. Ninguna falta nos hacen sufrimientos ni martirios que no vengan de la Naturaleza por ley superior a nuestra voluntad. Lo primero que tiene que hacer el alma remozada es penetrarse bien de la necesidad de evitar a su cuerpo los enflaquecimientos y desmayos producidos por ayunos voluntarios o forzosos. Detestamos el frío y la desnudez; anhelamos el bienestar, el cómodo arreglo de todas nuestras horas, así las de faena como las de descanso. Creemos que la pobreza es un mal y una injusticia, y la combatiremos dentro de la estricta ley del «tuyo y mío». Trabajaremos metódicamente con el despabilado pensamiento, o con las manos hábiles, atentos siempre a que esta pacienzuda labor nos lleve a poseer cuanto es necesario para una vida modesta y feliz, con todo lo que la sostiene y vigoriza, con todo lo que la recrea y embellece. Opongamos briosamente este propósito al furor de los ministros de la muerte nacional, y declaremos que no nos matarán aunque descarguen sobre nuestras cabezas los más fieros golpes; que no nos acabará tampoco el desprecio asfixiante; que no habrá malicia que nos inutilice no rayo que nos parta. De todas las especies de muerte que traiga contra nosotros el amojamado esperpento de las viejas rutinas, resucitaremos.

El pesimismo que la España caduca nos predica para prepararnos a un deshonroso morir, ha generalizado una idea falsa. La catástrofe del 98 sugiere a muchos la idea de un inmenso bajón de la raza y de su energía. No hay tal bajón ni cosa que lo valga. Mirando un poco hacia lo pasado, veremos que, con catástrofe o sin ella, los últimos cincuenta años del siglo anterior marcan un progreso de incalculable significación, progreso puramente espiritual escondido en la vaguedad de las costumbres. Después del 54 y del 68, consumadas las revoluciones que sólo alteraban la superficie de las cosas, el ser doméstico, digámoslo así, de nuestra raza, pobre y ociosa, sin trabajo interior ni política internacional, se caracterizaba por la delegación de toda vitalidad en manos del Estado. El Estado hacía y deshacía la existencia general. La sociedad descansaba en él para el sostenimiento de su consistencia orgánica, y el individuo le pedía la nutrición, el hogar y hasta la luz. Las clases más ilustradas reclamaban y obtenían el socorro del sueldo. Había dos noblezas, la de los pergaminos y la de los expedientes, y los puestos más altos de la burocracia se asimilaban a la grandeza de España. Un socialismo bastardo ponía en manos del Estado la distribución de la sopa y los garbanzos del pobre, de los manjares trufados del rico. Al olor de aquella sopa y de los buenos guisos acudía la juventud dorada, la plateada y la de cobre… Pues de entonces acá, en el lento correr de los días de la Revolución de Septiembre, del reinado de D. Amadeo, de la efímera República, de la Restauración y Regencia, se ha determinado una transformación radical, que ya vieron los despabilados, y ahora empiezan a ver los ciegos. Va siendo general la idea de que se puede vivir sin abonarse por medio de una credencial a los comederos del Estado: de éste se espera muy poco en el sentido de abrir caminos anchos y nuevos a los negocios, a la industria y a las artes. El país se ha mirado en el espejo de su conciencia, horrorizándose de verse compuesto de un rebaño de analfabetos conducido a la miseria por otro rebaño de abogados. Del Estado se espera cada día menos; cada día más del esfuerzo de las colectividades, de la perseverancia y agudeza del individuo. Detrás, o más bien debajo de la vida entera del Estado, alienta otra vida que remusga y crece, y adquiere savia en las capas internas. En cincuenta años, es incalculable el número de los que han aprendido a subsistir sin acercar sus labios a las que un tiempo fueron lozanas ubres, y hoy cuelgan flácidas: los españoles han crecido; comen, ya no maman. Aceptamos al Estado como administrador de lo nuestro, como regulador de la vida de relación; ya no lo queremos como principio vital, ni como fondista y posadero, ni menos como nodriza. ¿No es esto un gran progreso, el mayor que puede imaginarse?

Debajo de esta corteza del mundo oficial, en la cual campan y camparán por mucho tiempo figuras de pura, quizás necesaria representación, y la comparsa vistosa de políticos profesionales, existe una capa viva, en ignición creciente, que es el ser de la nación, realzado, con débil empuje todavía, por la virtud de sus propios intentos y ambiciones, vida inicial, rudimentaria, pero con un poder de crecimiento que pasma. Un día y otro la vemos tirar hacia arriba, dejando asomar por diferentes partes la variedad y hermosura de sus formas recién creadas. Entre estas formas podemos señalar las más próximas: el esfuerzo de la ciencia agrícola para sobreponerse a las prácticas rutinarias, la flamante industria en pequeñas y grandes manifestaciones, el arte que pretende acomodar las formas arcaicas al pensar amplio y al sentir generoso; señalamos también las más lejanas, que son la libre conciencia, el respeto, la disciplina, el orden mismo, la vieja espada que los tiempos pasados legan a los futuros. No quiera Dios que esta capa de formación nueva en parte somera, en parte profunda, suba por súbita erupción. Subirá por alzamientos parciales y consecutivos del terreno, sin sacudidas violentas, para subsistuir al suelo polvoroso y resquebrajado en que tiene su secular asiento en nuestro país.

Entre lo mucho que nos traen las nuevas formaciones de terreno, descuellan dos aspiraciones grandes, que han de ser las primeras que busquen la encarnación de la realidad. Necesitamos instrucción para nuestros entendimientos, y agua para nuestros campos. La superficie de esta porción de Europa que habitamos no es bella en todas sus partes, y es necesario que lo sea. Estimulan al amor las gracias y el sonrosado color de un rostro bello. No es fácil que amemos a una patria que nos muestra su cuerpo y semblante cubiertos de lacras lastimosas, y afeados por la sequedad y aspereza de la epidermis. Una nación europea no puede ofrecer a las miradas del mundo, en pleno siglo XX, el espectáculo de las estepas desnudas que dan idea de la ancianidad trémula, pecosa y cubierta de harapos. Preciso es desencantar el viejo terruño, dándole con las aguas corrientes, la frescura, amenidad y alegría de la juventud: preciso es vivificar al tierra, dándole sangre y alma, y vistiéndola de las naturales galas de la agricultura. No queremos nada que sea imagen del yermo solitario, ni tristeza ni sequedad de calaveras mondas. En nombre del bienestar público y de la belleza, inundemos las estepas áridas. No queremos fealdad en ninguna parte, sino hermosura que nos enamore de nuestros campos, para que en ellos podamos vivir y gozar de cuanto da la Naturaleza: lozanos plantíos, risueños bosques, deliciosas alquerías, donde hallemos el ejercicio sano y la paz del alma. Un país reconcentrado en poblaciones oscuras y pestilentes, es un enfermo de congestión crónica. La vida se estanca, la sangre no circula, y el tedio urbano, grave dolencia, estimula todos los vicios.

Como el agua a los campos, es necesaria la educación a nuestros secos y endurecidos entendimientos. Han dicho que no deseamos instruirnos, puesto que no pedimos la instrucción con el ansia del hambriento que quiere pan. La instrucción no se pide de otro modo que por la voz, o mejor, por los signos de la ignorancia. El ignorante es un niño, y el niño no pide más que el pecho, si es chiquitín, o los juguetes, si es grandullón. Aguardar, para la educación de la criatura, a que esta diga «llévenme a la escuela que tengo muchas ganas de ser sabio», es fiar nuestros planes a la infinita pachorra de la Eternidad. Si así lo hiciéramos demostraríamos que los grandes somos tan cerriles como los pequeños.

Procuremos grandes y chicos instruirnos y civilizarnos, persiguiendo las tinieblas que el que menos y el que más llevan dentro de su caletre.…

[Artículo] Galdós y las etapas artísticas de Toledo, de Walter Rubin

Benito Pérez Galdós, que tanto quería a Madrid, tenía también otro gran amor: Toledo. En sus primeras visitas a esta fascinante y evocadora ciudad le atraía y le intrigaba tanto, que uno de sus primeros escritos lo dedica a ella en forma de ensayos periodísticos, tratando de las generaciones culturales que en ella han vivido y que han hecho de Toledo la síntesis del arte y la historia de España.

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Fuente original del artículo: http://www.realacademiatoledo.es/files/toletum/0015/toletum15_rubingaldos.pdf

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[Artículo] Viaje a la España profunda de don Benito Pérez Galdós, de Luis Nos Muro.

Don Benito Pérez Galdós se pregunta por el ser de España, y en su Obra ha dejado la respuesta. El puñado de folios que la dirección de la Revista Religión y Cultura me ha encargado para conmemorar el bicentenario de la invasión napoleónica de España está escrito por el mismo Galdós, esto es, supervisado por mí al hilo de su Obra. Me pertenece, pues, el hilvanado. El contenido, a Galdós. Detrás de cada palabra va una nota en el original, pero, en orden a facilitar la lectura, he barrido el empedrado. La pregunta que planteo al que leyere, además de las que el propio lector se formule, es ésta: ¿En qué ha cambiado la Historia de España en los dos siglos que van del año 1808 al 2008? La zambullida en la España profunda que late en la Obra de Galdós es apasionante, pero el lector tiene la palabra.

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Fuente original del artículo: http://www.religionycultura.org/2008/245-246/RyC_245-46_3.pdf

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