El asesinato del primer obispo de Madrid

    En su día hizo correr ríos de tinta, pero pocos recuerdan que el 1er obispo de Madrid murió a tiros en 1886.

    ¿Por qué Madrid no tuvo obispado propio hasta finales del siglo XIX? ¿Y quién mató al obispo y por qué?

    En su día hizo correr ríos de tinta, pero pocos recuerdan que el 1er obispo de Madrid murió a tiros en 1886.

    ¿Por qué Madrid no tuvo obispado propio hasta finales del siglo XIX? ¿Y quién mató al obispo y por qué?


    18 de abril de 1886. El nuevo y flamante obispo de la recién creada Diócesis de Madrid se dirige a oficiar una misa muy especial, pues es Domingo de Ramos. Además, es su primera Semana Santa en el cargo, que ejerce desde el 2 de agosto del año anterior.
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    Sube ceremoniosamente por la escalinata de la catedral madrileña (la actual Colegiata de San Isidro en la calle Toledo, puesto que la Catedral de la Almudena aún estaba en construcción).
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    Sin mediar palabra y ante la horrorizada multitud congregada para dar la bienvenida al prelado, un hombre saca una pistola del bolsillo y le descerraja tres tiros al obispo de Madrid antes de poder ser reducido por la multitud.
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    El obispo es trasladado a una casa de socorro cercana pero fallece al día siguiente.
     

    ¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí?

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    Históricamente, el territorio de la actual Archidiócesis de Madrid formaba parte de la jurisdicción de la Archidiócesis de Toledo (en amarillo, en el mapa, la jurisdicción de la archidiócesis toledana, incluyendo los obispados dependientes).
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    Tras el traslado de la corte a Madrid en 1561, el clero madrileño y la corte empezaron a insistir en la necesidad de crear una diócesis capaz de satisfacer las necesidades pastorales de la zona.
     
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    Obviamente, los arzobispos de Toledo, primados de España, se oponían a su creación, temerosos de perder su influencia en la corte.
     
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    Al final tuvo que intervenir el Vaticano: en el Concordato de 1851 se estipulaba la creación de tres nuevas diócesis: Madrid y Ciudad Real (desmembradas de Toledo) y Vitoria.
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    Sin embargo, el proyecto solo salió adelante tras el fallecimiento en 1884 del cardenal primado Juan Ignacio Moreno y Maisonave, acérrimo detractor de la desmembración.
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    La nueva diócesis fue creada el 7 de marzo de 1884 mediante la bula «Romani Pontifices Praedecessores». Se le dio el nombre de diócesis de Madrid-Alcalá, para presentarla como continuadora de la histórica diócesis de Complutum.
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    El acto formal de desmembración se produjo el 19 de junio de 1885 estableciéndose su jurisdicción sobre la totalidad del territorio de la provincia de Madrid.
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    Ahora solo hacía falta encontrar a un clérigo con la experiencia y el prestigio necesarios. El elegido fue don Narciso Martínez Izquierdo.
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    Catedrático de griego y canónigo en Sigüenza, diputado a cortes durante el reinado de Amadeo I, senador por Valladolid y obispo de Salamanca, era el candidato perfecto para la nueva cátedra.
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    El pontificado de Narciso Martínez Izquierdo solo duro ocho meses y medio pero fue, digamos, bastante movidito. Tomó posesión en mitad de la peor pandemia de cólera que se recuerda en la capital (y una de las peores hasta 2020).
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    También tuvo que darle la extremaunción al rey Alfonso XII cuando murió de tuberculosis el 25 de noviembre de 1885.
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    Devoto, austero y firme, al llegar a su nuevo destino pastoral el obispo quedó horrorizado por las disolutas costumbres del clero de Madrid. Amparados por el anonimato de la gran ciudad, muchos eran los sacerdotes que vivían con sus “sobrinas” (guiño, guiño).

    El asunto del incumplimiento del voto de castidad en el clero secular fue un tema candente en el siglo XIX, y como tal pasó a la literatura. En la Península Ibérica destacan “El crimen del padre Amaro”, de Eça de Queirós y “Tormento”, de Benito Pérez Galdós.
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    El caso es que Narciso Martínez Izquierdo no tardó en tomar medidas disciplinarias destinadas a apartar de sus cargos a los sacerdotes de costumbres disolutas.
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    Y así llegamos a aquel fatídico Domingo de Ramos de 1886. Tras hacer los disparos con una pistola que sacó de una sotana, el asesino exclamó: “¡Ya estoy vengado!”. A continuación, intentó suicidarse con la misma pistola, pero la multitud se lo impidió.
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    De hecho, la policía se vio obligada a proteger al criminal de la multitud, que intentaba lincharlo. Los agentes dieron por sentado que la sotana no era más que un disfraz para facilitarle la huida.
     
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    No daban crédito cuando descubrieron que la sotana de aquel hombre era auténtica, pues se trataba de un sacerdote. Su nombre era Cayetano Galeote.
     
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    Huraño, irascible y violento, causaba problemas en cada parroquia por la que pasaba debido a su carácter y su codicia (en la época, los sacerdotes cobraban por cada misa oficiada).
     
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    Tras pasar por Madrid, Puerto Rico y Fernando Poo, regresó a la capital, acompañado por una mujer llamada Tránsito Durda y Cortés, de 33 años de edad y natural de Marbella. Convivía con ella y la presentaba como ‘su sobrina’, aunque en realidad mantenían una relación sentimental.
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    Su destino más reciente había sido la Capilla del Cristo de la Salud, en la plaza de Antón Martín, donde había empezado a trabajar en 1884. Problemático y pendenciero como siempre, su superior aprovechó la purga iniciada por el obispo para quitárselo de en medio.
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    Galeote consideró que era víctima de una injusticia, mandando muchas cartas al obispo, a los periódicos y a algún ministro, pero no obtuvo ninguna respuesta.
     
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    Herido en su orgullo, empezó a canalizar su odio hacia el obispo, al que consideraba responsable de esa injusticia, ya que no intercedió a su favor. Al final terminó por matarlo a tiros.
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    Durante el juicio se produjo uno de los momentos estelares de la historia judicial española. Durante el interrogatorio, la “sobrina” de Galeote testificó que, cuando estaba dominado por la ira, ella intentaba tranquilizarlo.
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    Cuando el fiscal le preguntó qué medios usaba para hacerlo, ella contestó “dándole lo que él deseaba”, provocando que toda la sala estallase en una sonora carcajada de la que se hizo eco la prensa.
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    Cayetano Galeote (a la derecha en la imagen) fue condenado a muerte en 1886, aunque un informe psiquiátrico consiguió conmutar la sentencia de muerte por cadena perpetua, que cumplió hasta su muerte en el Manicomio de Leganés en 1922.
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    El proceso judicial contra el sacerdote fue un hito en la historia penal de España, pues sirvió para que la psiquiatría se abriese paso y se tuviera en cuenta en las sentencias.
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