Su autor trabajó durante casi 3 años en este lienzo para obtener el mecenazgo real, pero fracasó miserablemente. En el proceso, creó una obra maestra que cambió la historia del arte y el manierismo.
Y es que El Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana no solo muestra una decisión a vida o muerte que se está tomando en un episodio bíblico semilegendario, en él también se entrelazan acontecimientos contemporáneos a su autor y al descontento monarca como la lucha contra el turco y la herejía protestante.
Vamos a ver sus secretos
Cuando el emperador Maximiano les exigió hacer un sacrificio a los dioses romanos, Mauricio y sus oficiales decidieron negarse a hacerlo y todos fueron martirizados.
A su derecha está San Exuperio con un estandarte rojo.
Junto a ellos hay un hombre con barba blanca: es Santiago el Menor, que convirtió a toda la legión al cristianismo.
San Mauricio se muestra sereno mientras convence a sus compañeros para que no abjuren de su fe en Cristo.
Dos legionarios decapitados —en un fuerte escorzo— destacan la idea del martirio, que el artista representa con gran elegancia, el máximo pudor y sin ninguna gota de sangre.
Es un recurso muy habitual en el arte cristiano: la representación del plano espiritual sobre el plano terrenal mediante una ficción de perspectiva.
Tocan diferentes instrumentos musicales y llevan palmas, símbolo del martirio, y coronas triunfales a los mártires.
👀 Fíjate en cómo los haces de luz conectan ambos mundos.
El lienzo lleva el título de El Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana y fue pintado por Doménicos Theotokópoulos, El Greco, entre 1580 y 1582 por encargo de Felipe II para decorar una de las capillas laterales de la Basílica del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Por ello, el rey eligió a El Greco como uno de los artistas consagrados que trabajarían en los retablos de la basílica.
A su derecha, y más cerca de Mauricio, se sitúa Alejandro Farnesio, quien estaba por entonces luchando en los Países Bajos.
El rey no entendió el sentido visionario de la pintura de El Greco y reprochó al artista falta de claridad y decoro.
Esta versión es la que hoy en día está en la iglesia del Monasterio.
Regresó a Toledo para buscar su clientela entre sus nobles y religiosos, que entendieron y apreciaron su nuevo arte.
Desde ese momento halló su propio lenguaje en la pintura, que no abandonó hasta su muerte.
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