Uno de los cuadros más dramáticos y sobrecogedores de la pintura histórica española esconde una clase magistral de liderazgo medieval que sigue aplicándose hoy día en ámbitos como la política y el mundo empresarial.
Vamos a ver sus secretos 👇
La arquitectura monumental de la estancia y los tonos grisáceos de la piedra subrayan magistralmente el carácter tétrico y el ambiente lóbrego de la escena, sobrecogiendo aún más al espectador.
La columna adosada con una argolla de hierro en el centro geométrico del cuadro divide la escena con gran eficacia en dos espacios a la derecha e izquierda iluminados de forma muy diferente para potenciar el efecto dramático del cuadro.
A la izquierda del cuadro, en la parte más oscura, aparece representado el rey Ramiro II de Aragón, ricamente vestido.
Lleva un birrete morado con adornos dorados y sujeta con su mano izquierda un perro negro de aspecto amenazador.
Aparece sereno y observando con dureza a los nobles que contemplan horrorizados la escena desde la escalera.
Detrás de él, en la penumbra del hueco de la escalera podemos atisbar apilados los cadáveres de los nobles que acaban de ser ejecutados como escarmiento a los demás.
Al otro lado, iluminados por una luz cenital, figuran los nobles que contemplan la advertencia del rey conmovidos, asustados o aterrados.
Todos ellos van ricamente vestidos con colores rojos, azules o amarillos, y portando cotas de malla, birretes o espadas.
En opinión de algunos autores, el personaje que aparece en primer plano, indignado y con los puños cerrados para contener su cólera, sería Ramón Berenguer IV, conde Barcelona, futuro yerno de Ramiro II por su matrimonio con Petronila de Aragón, su hija y sucesora.
La estancia subterránea en la que se desarrolla el cuadro intenta recrear la llamada Sala de la Campana del Palacio de los Reyes de Aragón, que en la actualidad alberga la sede el Museo Arqueológico Provincial de Huesca.
La obra representa la escena final de una historia recogida en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV.
Ramiro II, obispo de Roda de Isábena, heredó el reino de su hermano Alfonso, que también le dejó serias amenazas internas y externas.
El viejo abad llevó el heraldo al jardín de la abadía, donde empezó a cortar las rosas que sobresalían del resto en el rosal (en otras versiones de la historia, las rosas se sustituyen por coles).
A continuación, pidió al heraldo que contase al rey lo que había visto.
Al llegar los nobles, el rey les cortó la cabeza, construyendo un círculo con las cabezas, con la del noble principal suspendida como badajo de la campana.
El resultado se mostró luego como ejemplo a los demás, que no volvieron a dar problemas al monarca.
Este lienzo lleva el título de “La Campana de Huesca” y es obra del pintor palentino José Casado del Alisal, que empezó a pintarla en 1874 en Roma cuando era director de la Academia de España en Roma.
De ello da fe la firma del autor en la esquina inferior derecha del lienzo.
El Gobierno de España adquirió el cuadro en 1882 y en la actualidad pertenece a los fondos del Museo del Priado, pero desde 1950 puede admirarse en el Salón de Justicia del Ayuntamiento de Huesca.
La historia de la Campana de Huesca nos enseña cómo actuar para desbaratar una rebelión interna en organizaciones de todo tipo, como gobiernos a empresas o partidos políticos: cortando cabezas, literal o figuradamente, ante la deslealtad o incompetencia para dar ejemplo.
Quizá el ejemplo más reciente y relevante sea el de Vladimir Putin. Tras su ascenso al poder tuvo que enfrentarse a poderosos oligarcas, que hasta ese momento a menudo se inmiscuían en los asuntos políticos de la Federación Rusa.
Putin les ofreció seguir disfrutando de su riqueza siempre que no se metieran en política ni fueran contra los intereses del Kremlin.
Los que se negaron a obedecer fueron encarcelados o exiliados, o directamente “suicidados”/envenenados.
Campana de Huesca Russian Style.
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