El único judío por el que Hitler sintió aprecio, gratitud y admiración

    Cuando estaba en la cúspide de su poder en 1938, Hitler recibió la carta de un judío pidiéndole ayuda. Nada más leerla, el Führer ordenó a la GESTAPO que aquel hombre quedara de inmediato bajo su protección personal y que todos sus deseos fueran satisfechos.

    Una fría mañana de 1903, un caballero de 65 años cruzó el umbral de la taberna a la que acudía a diario para tomar su vasito de vino matutino. Le ofrecieron el periódico y acto seguido le dio un parraque. El personal del local y los parroquianos llamaron a un médico y acarrearon trabajosamente al enfermo hasta este sofá en la habitación contigua donde pocos minutos más tarde estiró la pata, probablemente de una hemorragia pleural. Era el padre de Adolf Hitler.

    No sé qué museo guarda como una reliquia el sofá en el que se murió el padre de Hitler, pero mis dieses. By Johnny Saunderson – Johnny Saunderson Picture Library, CC0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=12373841

    La muerte del patriarca de los Hitler dejó a la familia en una precaria situación económica, con una viuda y dos hijos pequeños, Adolf y Paula (además de Ángela, hija de un matrimonio anterior del padre de Hitler), que tenían que subsistir con la magra pensión del gobierno austríaco que le correspondía a Klara Hitler, la madre del futuro dictador. Klara tuvo que vender la casa/granja que su marido había comprado años antes y trasladarse a un apartamento de Linz donde vivía frugalmente junto a sus dos retoños.

    Linz hacia 1900. By Unknown author – This image is available from the United States Library of Congress’s Prints and Photographs divisionunder the digital ID ppmsc.09254.This tag does not indicate the copyright status of the attached work. A normal copyright tag is still required. See Commons:Licensing., Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2383653

    Tres años más tarde, en 1906, el infortunio volvió a cebarse con la familia Hitler cuando Klara se descubrió un bulto en el pecho, que en un principio ignoró por completo. Estaba muy atareada ocupándose de sus hijos y la consulta de un médico podía dinamitar fácilmente el reducido presupuesto familiar, pero después de sufrir grandes dolores en el pecho que la mantenían despierta por la noche, no tuvo más remedio que rascarse el bolsillo y consultar al médico de la familia en enero de 1907. Dicho galeno se llamaba Eduard Bloch, era judío y regentaba una pequeña pero prestigiosa consulta en Linz. Bloch gozaba de popularidad de la ciudad, ya que atendía a todo el mundo ajustando sus honorarios en función de los medios económicos de sus pacientes. Su diagnóstico fue demoledor: cáncer de mama. Bloch decidió no informar directamente a Klara de que padecía cáncer de mama y dejó que su hijo Adolf se lo comunicara. Bloch le dijo a Adolf que su madre tenía pocas posibilidades de sobrevivir y le recomendó que se sometiera a una mastectomía radical lo antes posible.

    El doctor Eduard Bloch. By CarlangeloCarrese – Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=75787132

    Los Hitler quedaron desolados por la noticia. Según el testimonio de Bloch cuando fue interrogado décadas más tarde por el servicio secreto estadounidense, Klara Hitler «aceptó el veredicto como yo estaba seguro de que lo haría: con una gran entereza. Profundamente religiosa, asumió que su destino era la voluntad de Dios. Nunca se le ocurriría quejarse». Klara Hitler sometió a la mastectomía en el hospital de las Hermanas de la Misericordia de Linz, donde el cirujano Karl Urban descubrió que el cáncer ya había hecho metástasis en el tejido pleural del tórax. Bloch informó a los hijos de Klara de que su estado era terminal. Adolf, que había estado en Viena intentando infructuosamente ser admitido en su Academia de Arte, regresó a casa para cuidar de su madre, al igual que sus hermanos.

    En octubre, el estado de Klara había empeorado rápidamente y su hijo Adolf rogó a Bloch que probara un nuevo tratamiento para salvar la vida de su madre. Durante los 46 días siguientes (de noviembre a principios de diciembre), Bloch le aplicó a la paciente tratamientos diarios de yodoformo, una forma entonces experimental de quimioterapia. Se volvieron a abrir las incisiones de la mastectomía de Klara Hitler y se aplicaron dosis masivas de gasa empapada en yodoformo directamente sobre el tejido para «quemar» las células cancerosas. Era un tratamiento increíblemente doloroso y provocó la parálisis de la garganta de Klara, que no podía tragar alimento alguno. El tratamiento resultó inútil y Klara Hitler murió en su casa de Linz a causa de los efectos secundarios tóxicos del yodoformo el 21 de diciembre de 1907. Fue enterrada en Leonding junto a su marido.

    Uno podría llegar a pensar que el fervoroso antisemitismo de Adolf Hitler habría podido tener su origen en la enfermedad y muerte de su querida madre, a la que un malvado doctor judío habría torturado a su con una operación y un tratamiento tan agresivos como inútiles durante los últimos meses de su vida. Pero nada más lejos de la realidad: durante toda su vida, Adolf Hitler no albergó más que respeto y gratitud por un médico que, debido a la precaria situación económica de la familia Hitler, redujo considerablemente sus honorarios cuando no se negó en redondo a aceptar dinero de los hijos de Klara Hitler. Durante los años siguientes, el joven Hitler llegó a expresar su admiración y agradecimiento a aquel médico judío de Linz enviándole postales con las estampas que él mismo pintaba en Viena y que vendía por los cafés para sobrevivir en la capital de Austria.

    El doctor Bloch en su consulta de Linz hacia 1938. By Bundesarchiv, Bild 146-1975-096-33A / CC-BY-SA 3.0, CC BY-SA 3.0 de, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5482821

    30 años más tarde, Hitler era amo y señor de Alemania y en marzo de 1938 se anexionó Austria, por lo que automáticamente la vida se hizo mucho más difícil para los judíos austriacos, incluyendo al doctor Eduard Bloch. Tras verse obligado a cerrar su consulta médica el 1 de octubre de 1938, cuando los judíos dejaron de poder ejercer la medicina, su hija y su yerno (también médico) emigraron a Estados Unidos. Bloch, de 66 años, escribió entonces una carta a Hitler pidiendo ayuda y, poco después, fue puesto bajo protección especial de la Gestapo, siendo el único judío de Linz con este estatus. Bloch permaneció en su casa con su esposa sin ser molestado, pudo renovar su pasaporte en varias ocasiones (cuando lo normal era que se le confiscara a los ciudadanos judíos) y, cuando decidió seguir los pasos de su hija y emigrar a América, pudo completar los trámites para su emigración sin problemas. Y no solo eso: también pudieron abandonar el país sin tener que pasar por el elaborado tinglado que los nazis montaron para evitar que los judíos que lograban emigrar pudieran sacar riqueza del Tercer Reich. Bloch y su esposa pudieron vender su casa familiar a valor de mercado (en lugar de por un precio simbólico, como era habitual) y abandonaron Alemania con el equivalente a 16 marcos, cuando el límite legal era de 10 Reichsmark.

    En 1940, Bloch llegó a Estados Unidos y se instaló en el Bronx, pero permaneció como un extraño en América hasta su muerte. No era su hogar natural, ni deseaba que lo fuera: en el país su vida se marchitó rápidamente, ya no pudo ejercer la medicina al no reconocérsele su título universitario de Austria-Hungría. Hasta el final, fue un sirviente cosmopolita del antiguo imperio de los Habsburgo, que en las fotografías se revela con un encanto de dandi del viejo mundo: sombrero de ala ancha, cuellos rígidos, elaborados puños dobles, un cigarrillo en la mano, un bigote que se retorcía en los bordes como una pajarita. Murió de cáncer de estómago en el 1 de junio de 1945 a los 73 años, justo 1 un mes después del suicidio de Adolf Hitler en la Cancillería de Berlín.

    Durante toda su vida, Hitler tuvo en alta consideración a Bloch, al que denominaba Edeljude: un judío noble, hasta el punto de que en 1937 un grupo de partidarios nazis de Linz visitó a Hitler en su villa de Berchtesgaden, en los Alpes bávaros. El Führer pidió noticias de la localidad de su infancia. ¿Cómo estaba la ciudad? ¿Le apoyaba la gente? Y preguntó por el doctor Bloch. ¿Seguía vivo, seguía ejerciendo? Entonces hizo una declaración que dejó a todos patidifusos: «El Dr. Bloch», afirmó Hitler para irritación de los nazis locales, «es un Edeljude, un judío noble. Si todos los judíos fueran como él, no existiría la cuestión judía». Hitler salvó al doctor de su infancia y adolescencia de sí mismo mientras condenaba a millones a la deshumanización, deportación y muerte.

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