Cuatro misteriosas torres de hormigón se alzan en las profundidades de un bosque alemán. Son testigos silenciosos de la megalomanía de Hitler y los experimentos nazis para construir ciudades indestructibles que no pudieran ser destruidas con bombardeos convencionales.
Acompáñame a ver “Las casas blancas”
En su Mein Kampf, Hitler afirmaba que las ciudades modernas, a diferencia de las de la antigüedad, no tenían monumentos de referencia que infundieran orgullo en sus ciudadanos, y que el Estado debía aumentar su presencia pública a través de grandes edificios emblemáticos.
Para él, en la arquitectura la forma debía seguir la función, centrándose en el efecto que los edificios provocaban en los usuarios.
Básicamente, infundir orgullo a los ciudadanos del país y temor a los extranjeros.
Los elementos más destacados de la arquitectura nazi, como la extensión horizontal, la uniformidad y la falta de decoración, transmitían «una impresión de simplicidad, uniformidad, monumentalidad, solidez y eternidad», que era lo que quería el Partido Nazi.
No es de extrañar que Hitler tuviera grandes planes urbanísticos para las ciudades alemanas cuando llegó al poder en enero de 1933.
Sin embargo el más grandioso y el delineado con más detalle era para Berlín.
Su mayor apuesta era la creación de un enorme bulevar que dividiría la ciudad de norte a sur, con un arco del triunfo y una gran sala para los actos del Partido al sur y al norte, respectivamente.
No me voy a extender aquí porque sobre este tema han corrido ríos de tinta, pero para hacernos una idea de sus dimensiones, el volumen del arco del triunfo sería aproximadamente 49 veces mayor que el de París.
Y dentro de la gran cúpula de la sala para los congresos del NSDAP cabrían 17 cúpulas como la de San Pedro de Roma.
Hitler tuvo que posponer sus grandilocuentes planes urbanísticos debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939: las ingentes cantidades de material y mano de obra necesarias para acometer un proyecto semejante debían dedicarse al esfuerzo de guerra.
Pero la guerra no solo aplazó las obras, sino que trajo consigo otro pequeño “detalle técnico” que venía a dificultar los megalómanos planes arquitectónicos de Hitler para Berlín: los bombardeos aliados.
Desde las primeras fases de la guerra, los aviones de la Luftwaffe y la artillería antiaérea se vieron desbordados por los bombarderos británicos (y, más tarde, americanos), que bombardeaban instalaciones militares y civiles para sabotear el esfuerzo de guerra alemán.
El caso más famoso quizá sea el de Dresde, ciudad que fue destruida entre el 13 y el 15 de febrero de 1945.
Hoy su recuerdo sigue vivo porque cada año los neonazis se reúnen en la ciudad para conmemorarlo y lloriquear.
Pero no fue la única ni el peor caso: la noche del 27 de julio de 1943, 787 aviones de la RAF atacaron Hamburgo. Murieron casi 20.000 personas y se tuvo que evacuar a 1 millón de personas de la ciudad, pues el 61 % de las viviendas quedaron destruidas o dañadas.
La mano de obra de la ciudad se redujo en un 10 %. Se destruyeron más de 250.000 hogares y casas. 183 grandes fábricas fueron destruidas de las 524 de la ciudad y 4.118 fábricas más pequeñas de las 9.068 corrieron el mismo destino.
Otro ejemplo: este paisaje lunar pertenece a la ciudad de Weser, en Renania.
Un 97 % de la ciudad quedó destruida por los bombardeos en una sola noche.
Y este es el aspecto que presentaba Frankfurt (a mí me gusta llamarla «Francoforte del Meno») a mediados de 1944.
Ante este panorama, cabía preguntarse qué sentido tenía gastar un gritón de marcos y construir durante años, quizá décadas, edificios monstruosos, si un ataque aéreo bien planificado y ejecutado podía reducir todo a escombros en una sola noche.
La lógica de las autoridades nazis a la hora de resolver este problemilla fue bien sencilla:
“Si no podemos parar a los bombardeos enemigos, entonces debemos crear ciudades indestructibles que no tenga sentido bombardear”.
Y se pusieron manos a la obra.
El lugar elegido para desarrollar los edificios indestructibles fue el complejo de Rechlin, el mayor campo de pruebas de la Luftwaffe en toda Alemania gracias a su remota ubicación.
El Área 51 de la Luftwaffe, vamos.
Aquí se probaron, entre muchos otros, los prototipos de los primeros aviones con motores a reacción antes de su entrada en servicio operativa, como el Messerschmitt Me 262, el Heinkel He 280, el Arado Ar 234 o el Heinkel He 178.
En un rincón apartado de este enorme aeródromo de pruebas, bautizado “Asentamiento Berlín”, se probó la tecnología para construir edificios a prueba de bombardeos aéreos que tanto necesitaba Alemania en aquel momento.
La idea era construir torres de hormigón con muros de hasta 1 metro de grosor y dispararles con todo el arsenal del que se disponía en la época con el fin de descubrir qué características arquitectónicas necesitaba un edificio para ser a prueba de bombas.
Y así, las cuatro torres se construyeron y los nazis les tiraron todo lo que encontraron para evaluar su resistencia.
Les dispararon con fuego de mortero, proyectiles de artillería, bombas aéreas de gran calibre, con los cañones de vehículos blindados…
Quizá te estés preguntando quién querría vivir/trabajar en un edificio sin apenas ventanas, por muy indestructible que fuera.
En realidad, estas cuatro torres no son los edificios en sí, sino solamente los huecos para las escaleras de los mismos.
El plan era que las escaleras de los edificios debían ser especialmente seguras y a prueba de bombas, ya que, en caso de ataque aéreo, los residentes de los apartamentos/oficinas debían reunirse en los huecos de las escaleras y permanecer allí hasta que pasara el peligro.
En un principio, las otras partes del edificio no tenían por qué tener paredes de hormigón tan gruesas y resistentes, bastaría con que su estructura pudiera resistir las bombas aéreas para que sus elementos más frágiles, como las ventanas, pudieran repararse tras un bombardeo.
Originalmente, las cuatro torres de escaleras estuvieron interconectadas con unas estructuras que no resistieron el bombardeo durante las pruebas y no han llegado hasta nosotros.
La parte más espeluznante de la historia es la de unas ovejas que fueron introducidas en los espacios interiores de las torres para comprobar los efectos del bombardeo en las personas que debían refugiarse en las escaleras. Su destino sigue siendo desconocido a día hoy.
También se construyó un pequeño tramo de autopista en las inmediaciones, al que le dispararon/bombardearon desde el aire con aviones para probar lo que el hormigón podía soportar qué ángulos de aproximación y de disparo eran los más adecuados para destruirla.
¿Pero por qué estas moles de hormigón recibieron el nombre de “Casas blancas”? Muy blancas no parecen…
La idea era construir ciudades de hormigón a prueba de bombas pero darles a los edificios el aspecto exterior normal de un edificio de viviendas/oficinas.
Con este fin, su diseño incluía un acabado de mampostería con ladrillos o un material similar.
Cuando se construyeron, las 4 torres tenían una capa exterior de ladrillos blancos que les dieron su nombre, “Die weisse Häuser”, las Casas Blancas en alemán.
La idea era evaluar también la resistencia de diferentes materiales para el revestimiento.
En esta fotografía se aprecian los últimos vestigios de su revestimiento original de ladrillos, que obviamente quedó muy dañado durante las pruebas a que se vieron sometidas estas torres.
Foto de Bunkerraten
Tras el final de la guerra, ante la grave escasez de materiales de construcción, la población local se llevó los ladrillos blancos que le dieron nombre a las Casas Blancas, que desde entonces tienen el color del hormigón desnudo.
Hoy en día, las cuatro torres permanecen donde los nazis las dejaron cuando evacuaron el aeródromo en 1945, en medio del espeso bosque de Rechlin como silenciosos testigos del vano intento de Hitler por crear ciudades feas pero indestructibles.
La zona está vallada, pero no resulta complicado superar este obstáculo para ver las torres de cerca.
Las autoridades lo desaconsejan debido a la grandes cantidades de munición sin explotar que quedan la zona.
🚧 La señal dice: Zona contaminada con munición. Peligro de muerte.
Es muy peligroso salir por cuenta propia en busca de los restos de la época nazi en Rechlin, porque es imposible eliminar las enormes cantidades de munición que hay en este bosque. Y se han producido trágicos accidentes con heridos graves.
A aquellos que deciden ignorar las advertencias les espera una vista espeluznante: las cuatro torres de unos 20 metros de altura, con sus gruesos muros de hormigón, se elevan fastasmagóricamente entre los esbeltos árboles que han ido creciendo desde 1945.
Fotografía: Archiv/Luftfahrttechnisches Museums Rechlin
Por el suelo, enormes trozos de hormigón yacen revueltos y comidos por la maleza; el musgo que los ha cubierto y los arbustos que los cubren parcialmente atestiguan que han estado abandonados en este lugar durante décadas.
Seguramente no habías oído hablar antes de este proyecto secreto. Y es que la historia de las Casas Blancas ha quedado en el olvido debido a que, por un lado, no ha sobrevivido ninguna documentación oficial.
No sabemos cuándo se llevaron a cabo las pruebas o con qué resultados, aparte de las cicatrices del hormigón.
Además, por lo general, en el mundo divulgativo esta historia ha quedado relegada por otros proyectos nazis más populares como las bombas no tripuladas V1 y V2.
Créditos fotográficos
Bibliografía
https://www.geo.de/magazine/geo-epoche/3080-rtkl-rekonstruktion-welthauptstadt-germania-monument-des-groessenwahns
https://en.wikipedia.org/wiki/Bombing_of_Hamburg_in_World_War_II#Casualties
https://de.wikipedia.org/wiki/Erprobungsstelle_Rechlin
http://www.rusadas.com/2013/04/viaje-por-alemania-die-weien-hauser.html
https://digitalcosmonaut.com/weisse-haeuser-rechlin/