Napoleón fue uno de los últimos monarcas en hacerlo, pero en el pasado reyes y emperadores dirigían personalmente sus ejércitos en combate.
¿Cómo es que arriesgaban el pellejo en asedios y batallas? ¿Y cuándo dejaron de hacerlo y por qué? 👇
Y no solo para lograr grandes victorias y ganarse el favor de súbditos y vasallos.
Confiar el mando de un gran ejército a un carismático y hábil general o (peor aún) pariente no era una buena idea, puesto que éste podía usar la lealtad de las tropas y el apoyo de la nobleza para destronar al monarca de turno y sustituirlo.
En Roma, muchos emperadores fueron proclamados por sus tropas, al considerarlos líderes fuertes y competentes.
Los ciudadanos de Roma sabían que un emperador respaldado por las legiones mantendría el estatus de Roma como potencia y la pondría a salvo de amenazas externas.
La verdad es que la mayoría de los gobernantes de esta época se ponían en riesgo por necesidad, más que por heroísmo o sentido de estado.
A ver, tampoco es que se metieran en la refriega de la batalla a repartir espadazos a diestro y siniestro, sino que más bien se situaban en lo alto de una colina rodeados de su guardia personal dando órdenes para desplegar y mover las tropas durante la batalla.
Aún así, corrían el riesgo de ser heridos o capturados, o de sufrir muertes horribles en el caótico fragor de la batalla.
💀 Como la del conde Simón de Montfort, al que un pedrusco enorme le espachurró la cabeza mientras asediaba Toulouse en 1218.
💀 O la del monarca escocés Jaime II, que quedó reducido a astillas cuando uno de los cañones con los que asediaba una fortaleza hizo tururú a su lado.
Leónidas I, Carlos el Temerario, Luis II de Hungría, Harald Hadrada o Ricardo III de Inglaterra son algunos ejemplos célebres de una larga lista de cientos de monarcas y nobles que se dejaron el pellejo en el campo de batalla.
Este paradigma de los reyes-soldados empezó a cambiar en la Edad Moderna, especialmente tras la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), por varios motivos.
El primero es el progresivo aumento de la escala y la complejidad de las operaciones militares.
La pólvora no sólo hizo por la guerra lo que la imprenta hizo por la mente: puso fin a los días en que un rey comandaba un solo ejército en campaña, remplazando este paradigma por un estado mayor que coordinaba varios ejércitos y teatros de operaciones con mayor eficiencia.
Los reyes quedaron progresivamente relegados a meros acompañantes para animar a sus tropas.
Por ejemplo, el último soberano británico en dirigir personalmente su ejército en combate fue Jorge II durante la Batalla de Dettingen, en 1743.
Por ejemplo, a principios del siglo XIX, rey Jorge III del Reino Unido podía confiar un gran ejército al Duque de Wellington para enfrentarse a Napoleón sin temor a que tras su victoria se presentase con esas tropas a las puertas de Londres para deponerlo.
En resumen, lo de dirigir tropas en combate se convirtió en un tinglado demasiado complejo e innecesario para monarcas que bastante tenían con manejar los asuntos políticos internos de sus naciones.
La gran excepción fueron los monarcas que se convirtieron en jefes de estado tras (y a menudo por) ser comandantes militares de éxito, como Napoleón Bonaparte.
Y es que Napoleón era, en este aspecto, una mezcla entre emperador romano y rey medieval: llegó al trono gracias a sus dotes militares (entre otros motivos) y fue emperador de los franceses mientras pudo mantener lejos de las fronteras de Francia a los ejércitos de sus enemigos.
💀 El último monarca occidental caído en combate fue Carlos XII de Suecia.
Recibió un disparo que le dejó tremendo agujero en la cabeza mientras dirigía el asedio de una fortaleza noruega en 1718.
En este cuadro, sus soldados llevan sus restos de vuelta a Estocolmo.
💀 Bermundo II de León y Galicia, en la Batalla de Tamarón (1037)
💀 Sancho V de Navarra en la Batalla de Alcoraz (1094)
💀 Pedro II de Aragón en la Batalla de Muret (1213)
Si te interesa este tema, te recomiendo el libro “Castilla en llamas” de @PiquerosV, una trepidante crónica sobre el conflicto que marcó al ascenso de Isabel la Católica al trono de Castilla en la época en que los soberanos aún dirigían sus ejércitos.
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