Un vano intento de obtener el favor real que cambió la historia del arte
La decisión a vida o muerte que se está tomando en este cuadro oculta acontecimientos contemporáneos a su autor como la lucha contra el turco y la herejía protestante
Vamos a ver sus secretos 👇
Cuando el emperador Maximiano les exigió hacer un sacrificio a los dioses romanos, Mauricio y sus oficiales decidieron negarse a hacerlo y todos fueron martirizados.
A su derecha está San Exuperio con un estandarte rojo.
Junto a ellos hay un hombre con barba blanca: es Santiago el Menor, que convirtió a toda la legión al cristianismo.
San Mauricio se muestra sereno mientras convence a sus compañeros para que no abjuren de su fe en Cristo.
Junto a él vemos de nuevo a San Mauricio, reconfortando a sus hombres y agradeciendo su sacrificio.
Dos legionarios decapitados —en un fuerte escorzo— destacan la idea del martirio, que el artista representa con gran elegancia, el máximo pudor y sin ninguna gota de sangre.
La abigarrada composición inferior abruma al espectador y lo lleva al plano superior del cuadro, el rompimiento de la Gloria.
Es un recurso muy habitual en el arte cristiano: la representación del plano espiritual sobre el plano terrenal mediante una ficción de perspectiva.
Tocan diferentes instrumentos musicales y llevan palmas, símbolo del martirio, y coronas triunfales a los mártires.
El perfecto uso de la luz crea zonas de penumbra que potencian los focos de iluminación procedentes de los cielos con los que el artista destaca la parte de la narración más importante: el martirio.
👀 Fíjate en cómo los haces de luz conectan ambos mundos.
El lienzo lleva el título de El Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana y fue pintado por Doménicos Theotokópoulos, El Greco, entre 1580 y 1582 por encargo de Felipe II para decorar una de las capillas laterales de la Basílica del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
La muerte en 1579 del pintor favorito del monarca, Navarrete el Mundo, provocó la urgente demanda de pintores que continuaran la decoración de El Escorial.
Por ello, el rey eligió a El Greco como uno de los artistas consagrados que trabajarían en los retablos de la basílica.
Felipe II consideró que la representación de San Mauricio en el Escorial estaba justificada ya que, junto con san Jorge y san Sebastián, era considerado un santo patrón contra la herejía y además su cráneo figuraba entre las reliquias del monasterio.
El Greco deseaba ganarse el favor real y decidió crear una innovadora composición para un cuadro religioso en la que desplaza el martirio a segundo término y colocó como motivo principal el momento en que el santo convence a sus compañeros de mantenerse fieles a su fe.
También aprovechó la oportunidad para combinar una historia primitiva del Cristianismo (quizá ficticia) con acontecimientos contemporáneos, relacionando la resistencia de San Mauricio con la del propio Felipe II en su defensa de la fe católica contra la herejía protestante.
Da fe de ello la presencia en el cuadro de Manuel Filiberto de Saboya, gran maestre de la Orden de San Mauricio y vencedor en la batalla de San Quintín.
A su derecha, y más cerca de Mauricio, se sitúa Alejandro Farnesio, quien estaba por entonces luchando en los Países Bajos.
Sin embargo, el cuadro no fue del gusto de Felipe II cuando pudo contemplarlo a su regreso de Portugal en 1583.
El rey no entendió el sentido visionario de la pintura de El Greco y reprochó al artista falta de claridad y decoro.
La falta de decoro se refiere a la elaborada metáfora de la defensa del catolicismo frente a los protestantes y el Imperio Otomano, puesto que al monarca no le pareció procedente la presencia de sus cortesanos junto a los mártires del cristianismo primitivo.
El rey prudente reconoció el valor artístico de la obra, tasándola en 800 ducados, pero la relegó a una estancia secundaria del Monasterio de El Escorial, donde puede admirarse hoy en día.
Para el altar de la basílica encargó otro lienzo con el mismo tema al pintor florentino Rómulo Cincinato que, entendiendo mejor que El Greco el gusto de Felipe II, situó la escena del martirio en primer plano.
Esta versión es la que hoy en día está en la iglesia del Monasterio.
Regresó a Toledo para buscar su clientela entre sus nobles y religiosos, que entendieron y apreciaron su nuevo arte.
Desde ese momento halló su propio lenguaje en la pintura, que no abandonó hasta su muerte.
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